Más allá de la controversia de hace unos días, quizá es un buen momento para preguntarse qué es para nosotros como europeos este edificio del país vecino.
Cuando en 2019 ardió la catedral de París mucha gente no sabía qué se quemaba, y ahora que ha vuelto a abrir sus puertas el desconocimiento no parece haber menguado.
¿Qué es NotreDame? Habrá quien diga que un testimonio de los años oscuros, un símbolo del poder de la iglesia, otros pensarán que un hito de la arquitectura y también quienes convenga que un edificio religioso de Francia. Incluso es posible cuestionar su legitimidad como abanderado del gótico. No en balde, cuando el papa Alejandro III puso la primera piedra del templo parisino en 1163, la catedral de Le Mansya llevaba cinco años acabada y mostraba soluciones tanto góticas como románicas—y no era el único edificio así en Francia. Es más, la bóveda de arista ya se empleó en la alemana catedral de Espira en el 1080 y en 1133 encontramos las bóvedas de crucería en la catedral de Durham (Inglaterra), por lo que quizá deberíamos comprender esto del gótico como una simple evolución paulatina desde el románico, entendiendo que se suman mejoras de forma paulatina y que el templo de Île de la Cité es el resultado orgánico de avances arquitectónicos. Pero no es así.
La arquitectura gótica es una evolución estética intencional, no simplemente un conjunto de mejoras técnicas.
Por su parte, Notre Dame es un edificio completamente nuevo, que debe considerarse como el prototipo de la catedral gótica y ello no por ser la primera en este estilo —Sens y Senlis son más antiguas—, sino por ser la primera vez que se intenta construir conscientemente un edificio gótico, que fuese a un tiempo tan inusualmente monumental como homogéneo. Obviamente, nadie se planteó realizar un edificio “gótico”, pues este es un nombre despectivo con el que los renacentistas se referían a él como un arte de godos, es decir, de bárbaros —pero la historia del renacimiento italiano, mejor la dejamos para otro día. Lo que en París se quiso hacer es un edificio con un arte “inédito”, que respondía a un ideal social e intelectual que dejaba atrás el retraso que supuso la caída del Imperio Romano de Occidente y daba la bienvenida a un mundo nuevo.
Puede que el lector crea que en realidad nosotros somos el último capítulo de los avances del siglo XVI y el Renacimiento, pero no es así —o no del todo, o no tanto. En el siglo XII, encontramos la semilla de la idea de una Europa que, con sus individualidades en cada territorio, presenta señas de identidad transnacionales: el feudalismo común a todo Occidente, la caballería internacional, la Iglesia universal y su cultura unitaria… Puede que esto no suene bien a todo el mundo, pero es un comienzo que irá evolucionando a mejor hasta el XVI, y en comparación con la Alta Edad Media, ya no parece tan malo eso del feudalismo. Además, a partir del siglo XII comienza una nueva forma de acrecentar el conocimiento, nacen y se extienden las Universidades (la primera en 1088 en Bolonia), los avances en navegación permiten ampliar el mapa, las ciudades vuelven a coger la fuerza que habían perdido desde la caída de Roma, crece el comercio, surgen ideas supranacionales que aúnan Occidente, se empiezan a definir las actuales fronteras de muchos países y todo bajo las formas del gótico. Así, lo que comenzó en la catedral de París para diferenciarse del pasado de forma consciente, se transforma en algo común para toda Europa, desde Danzing a Sevilla y de Oxford a Nápoles, siendo el arte que entrelaza las ideas y anhelos de todos estos pueblos hasta ya entrados en el siglo XVI en un constante avance, pues no debe pensarse que toda la Edad Media fue tan oscura; ya a partir del siglo XII, empieza a entrar bastante luz.
Esta es la razón por la que Notre Dame no solo es un templo francés: nos pertenece a todos al ser el origen de un episodio de más de trescientos años de nuestra historia común.
Para entender su papel aglutinador en la consciencia de Europa, piense el lector que encontramos edificios en este estilo arquitectónico en todo el continente occidental, volviéndonos al pasear por tantos países familiares y cercanos pueblos y urbes alejados de nuestra casa por miles de Kilómetros.
Tiene tanta fuerza esta idea, que encontramos el gótico representado en los billetes de 20 euros como patrimonio común de quienes compartimos dicha divisa, al igual que ocurre con el arte clásico, el románico, el renacimiento, el barroco y la arquitectura de hierro y cristal del siglo XIX.
Marc Borrás Espinosa. Investigador del Centre d’Art d’Època Moderna. Universitat de Lleida.