La resolución final de la reforma de la plaza de la Paz ha roto su estilo isabelino y de salita de estar para los castellonenses.
En mi libro ‘Calles con historia’ describía la plaza de la Paz como “salita de estar de los castellonenses”. La obra, publicada en 1995, reflejaba un enclave urbano acogedor y agradable, fruto de la reforma del espacio urbano realizada diez años antes por el Ayuntamiento liderado por el alcalde Antonio Tirado que, no solamente eliminó la incómoda y gigantesca fuente, sino que rescató el antiguo kiosco modernista y la llenó de verde hermosura.
Después se realizaron algunas modificaciones, pero sin perder ese sabor lugareño y castizo y que ha caracterizado durante tiempo al espacio donde radica el Teatro Principal. Sin embargo, cuando todo empieza mal, todo puede terminar peor. Y eso es lo que ha pasado con la finalizada reforma de la glorieta que limita con la calle Gasset, calle Asensi, calle Falcó y calle Ximénez.
Proyectada la enmienda urbana a la totalidad del recinto por parte del anterior equipo municipal de gobierno, y con una inversión de 834.000 euros, el pecado de una obra innecesaria ha llevado a la penitencia de una resolución fallida con falta de árboles y sombra, césped artificial y baldosas ajenas al encanto tradicional de un alegre punto de encuentro para la ciudadanía, desapareciendo su sello isabelino y los parterres de bella factura.
A falta de las modificaciones anunciadas por el actual Ayuntamiento para solventar el desafuero, el gatillazo de la plaza de la Paz es, sobre todo la concatenación de errores en la gestión municipal para desarrollar un proyecto. Han fallado todos los mecanismos de control, desde los que debe tener el autor del diseño, que ha de garantizar la bondad del mismo, pasando por los propios funcionarios de Urbanismo y, por supuesto, el concejal responsable quien, ‘manu militari’, debe ser observante de que se cumpla a rajatabla una planificación que pueda ilusionar a los vecinos. Pero, tristemente, ‘nula ética sine aesthetica’, ni ética, ni estética, ni tampoco épica en la ejecución de unas obras cuyo único fin era gastar un dinero procedente de la Unión Europea.
Aunque, los castellonenses estamos acostumbrados a este tipo de desmanes y atropellos urbanísticos que, a lo largo de más de 60 años han herido la personalidad propia de la capital de la Plana. Como el derribo del antiguo edificio del Círculo Mercantil en la Puerta del Sol; la demolición en 1968 de la sede central de la antigua Caja de Ahorros, con frescos de Castell, en la calle Caballeros; el reciente expolio de la capilla del antiguo Colegio de la Consolación; la conversión en escombros, con nocturnidad y alevosía de una vieja alquería en el Primer Molí, horas antes de ser declarada BIC por les Corts Valencianes; por no hablar de la fallida avenida del Lidón o la insufrible y asfáltica plaza Huerto Sogueros (cuyo cambio de planeamiento también fue innecesario en su tiempo). Apaga y vámonos.
Vicente Cornelles Castelló
Periodista y escritor