La cárcel más grande del mundo.
El picudo rojo es un escarabajo de buen tamaño, de la familia de los gorgojos. Es muy dañino porque ataca a las palmeras hasta aniquilarlas.
Benjamín Netanyahu es el primer ministro israelí, de la familia de los sionistas. Es muy dañino porque ataca a los inocentes palestinos hasta aniquilarlos.
Hace meses, desde que empezó el conflicto en Gaza, que siento en las tripas la necesidad de escribir sobre esta barbaridad. Pero no quería hacerlo sin formarme antes una opinión clara. ¿Por qué el terrorismo amenaza a los judíos?, ¿quién tiene derecho a vivir en ese territorio? ¿Vale todo para defenderse de un ataque terrorista? ¿Es una guerra lícita (si es que alguna guerra lo es) o una limpieza étnica y una ocupación genocida?
Es necesario conocer los hechos presentes y también los pasados para responder a estas preguntas y poder tomar una posición justa en el asunto.
El picudo rojo destroza los conductos de alimentación de la planta, al igual que los sionistas están utilizando el hambre de su enemigo como arma de guerra. Es sobrecogedora la fotografía de Yazan, un niño de diez años, desnutrido en un hospital de la Franja de Gaza, que mostró el diplomático Riyad Mansour en la ONU. Esta imagen, como otras, son terribles: niños esqueléticos no distintos a los que recordamos de los campos de concentración nazis. Muchos judíos en Estados Unidos, Europa y Brasil se manifiestan para proclamar que “nunca más para todo el mundo” debería repetirse lo sucedido en el holocausto nazi. Y lo tristemente paradójico es que son los propios judíos quienes están repitiendo episodios de la historia que empiezan a parecerse.
También el líder de la mayoría demócrata en el Senado de EEUU, Chuck Schumer, de religión judía, ha criticado a Netanhayu, acusándolo de ser un obstáculo para la paz. Y el Parlamento Europeo ha aprobado una reciente resolución para instar a Israel a abrir la entrada humanitaria en el enclave palestino.
Pero poco importa esto cuando al dirigente de un país solo le interesa alcanzar sus objetivos militares y políticos, aunque sea a costa de miles de inocentes. Es desconsolador ver cómo la ONU o los Gobiernos de países influyentes se limitan a hablar sin tener una verdadera influencia y sin conseguir resultados prácticos y efectivos. Mientras tanto, cada día millones de personas inocentes sufren un infierno.
Hay casi dos millones y medio de palestinos en Gaza, de los cuales el 40% son niños, con un alto nivel de inseguridad alimentaria. Y Netanyahu, no solo sigue sin permitir la apertura de los pasos fronterizos para que entre la ayuda humanitaria, sino que, con una impunidad y un descaro incomprensibles, bombardea locales de reparto de alimentos, matando a decenas de personas e hiriendo a centenares, incluyendo muchos niños, cuando están haciendo cola para conseguir algo que llevarse a la boca. El bombardeo de instalaciones de asistencia humanitaria es un crimen de guerra, según el Estatuto de Roma del Tribunal Penal Internacional.
Pero eso a Netanyahu le da igual: en la llamada “Masacre de la harina”, el 29 de febrero, fueron 118 los gazatíes muertos, después de que soldados israelíes tirotearan a una muchedumbre hambrienta que esperaba para recibir alimentos. Dice el Gobierno israelí que, con esas acciones pretendía dar muerte a dirigentes terroristas de Hamas.
El brutal ataque terrorista del pasado 7 de octubre por parte de Hamás no tiene ninguna justificación; no se puede atacar a civiles inocentes bajo ningún pretexto. Dicho esto, hay que conocer los precedentes para hacer una valoración adecuada y ajustada a la realidad y entender por qué (o para qué) el primer ministro israelí y toda la cúpula sionista que lo apoya han causado ya más de 31.000 muertos y más de 73000 heridos, y por qué no están dispuestos a firmar un alto el fuego definitivo hasta la “victoria total”.
El territorio de Palestina estuvo dominado por los musulmanes durante trece siglos, hasta que en 1920 los ingleses tomaron el control sobre el territorio, no sin las protestas de los palestinos contra el colonialismo y contra una agresiva migración sionista que tuvo su cénit tras la segunda guerra mundial, cuando, después de que los británicos cedieran el problema a las Naciones Unidas, este organismo ignorara el origen de la población y creara el Estado de Israel en 1948 de forma unilateral, sin preguntar a los palestinos, otorgando a los judíos el 55% del territorio. Esto supuso la expulsión de más de la mitad de la población palestina, en lo que se llamó al-Nakba (la castástrofe). La población expulsada se convirtió en refugiada, perdiendo su patrimonio personal, que fue expropiado o destruido. Desde entonces, los palestinos se han considerado reclusos dentro de “la cárcel al aire libre más grande del mundo”.
Se contempló la creación del Estado de Israel en otras partes del mundo, pero los interesados fundamentaron la necesidad de un estado judío en “la tierra prometida” para cumplir con la fe del pueblo hebreo “elegido por Dios”.
La violencia no ha cesado, con distintas guerras entre Israel y los estados musulmanes, con intifadas, con la progresiva apropiación del territorio por parte de Israel y con el ataque terrorista que originó el genocidio que se está produciendo.
Como vemos, los europeos y las Naciones Unidas no son ajenos al origen del conflicto. Ahora, los causantes del mismo no saben, no pueden o no tienen la vergüenza de detenerlo.
Hay, sin duda, connotaciones racistas. Israel tiene entre ceja y ceja desarabizar el territorio, con el pretexto de no parar la guerra y la masacre de civiles hasta acabar definitivamente con Hamás.
La situación en Gaza supera cualquier ficción: además de la hambruna, se han bombardeado hospitales, en los que no hay recursos, ni anestesia para operar a los heridos y mutilados, ni para las cesáreas de las numerosas mujeres que dan a luz. La falta de higiene y de agua potable y la desnutrición traen enfermedades y no hay medicamentos para afrontarlas, y las viviendas están destruidas como en el peor de los cataclismos.
Todo en pleno siglo XXI en una sociedad que se declara civilizada.
A la vista de los hechos, cada cual que extraiga sus conclusiones sobre el origen del problema y sobre si se puede reaccionar a un ataque terrorista —deleznable y reprobable, por supuesto— con una desproporcionada guerra que se pasa por el forro los derechos de los civiles y las leyes internacionales.
El picudo rojo ataca al corazón de la palmera, al igual que Netanyahu, un megalómano empedernido, está atacando al corazón del pueblo palestino, pero el coleóptero mata al árbol para alimentarse y poco se le puede recriminar por ello. En cuanto a las causas y los objetivos de Benjamín Netanyahu, el picudo israelí, no me parecen, en absoluto, tan legítimas.
La injusticia trae violencia. Y la respuesta violenta, desgraciadamente augura un continuismo del conflicto, porque el rencor y el odio se instalan en el tuétano de las víctimas, de uno y otro bando.
La justicia, el diálogo y la compasión son las únicas alternativas a la sinrazón y a la barbarie del terrorismo y de la guerra.
Vicent Gascó
Escritor y docente.