Que la vida te atalante

Que la vida te atalante

Gaya se defiende. Y no es para menos.

 

El clima, algo que a menudo consideramos tan solo como las condiciones atmosféricas que nos permiten vestir de una manera o de otra y hacer planes o no para ir a la playa, es el eje fundamental de la vida en este planeta. Determina la floración de las plantas, la existencia o ausencia de agua en la superficie terrestre, la presencia de meteoros dañinos, la migración de las aves… en definitiva, determina toda la existencia en esta esfera sobre la que viajamos por el Universo.

Hemos rebozado nuestra casa con una capa turbia que está incrementando de forma acelerada su temperatura. Las consecuencias ya las padecemos y son, a su vez, causa de un mayor calentamiento. El color blanco del hielo de los polos genera un poderoso efecto de reflexión de la luz y del calor (llamado albedo). Pero esas masas de agua congelada se derriten a razón de 219.000 millones Ton/año debido al calentamiento del planeta. Se estima que desde 1850 la Tierra ha incrementado en un grado centígrado su temperatura media. Un menor albedo, debido al deshielo provocado por el calentamiento global, mediante un proceso de retroalimentación, es un motivo más de que la temperatura siga aumentando.

Fue Félix Rodríguez de la Fuente quien ayudó a los niños de mi generación a conocer la naturaleza y a respetarla. A mediados de los ochenta, con poco más de veinte años, me incorporé a la Asociación Cultural Amics de la Natura y, entre otros proyectos, formé parte de la organización de las primeras ediciones de la Fira Alternativa de Castelló. En una de ellas invitamos a Joaquín Araujo, el naturalista al que se le encargó que continuara la labor que Rodríguez de la Fuente dejó inconclusa debido a su repentina muerte. Araujo no era entonces el prestigioso científico y escritor en que se ha convertido, pero ya tenía un gran reconocimiento a nivel nacional. Me fui con mi destartalado Renault 4L a recogerlo al aeropuerto de Valencia. Recuerdo que tuvimos una amena conversación durante el trayecto. Incluso me atreví a cuestionar alguna de sus teorías sobre los beneficios del riego por goteo, que entonces empezaba a imponerse. Yo le decía que el ahorro de agua es indiscutible, pero que implica la muerte de los insectos al no crecer otras plantas que el propio cultivo. A parte de esta anécdota, tanto en esa conversación como en la conferencia que impartió, escuché advertencias y pronósticos que, a día de hoy, casi cuarenta años después, se están cumpliendo.

El deshielo de los casquetes polares, concretamente de la Antártida, donde, a diferencia del Ártico, el agua congelada cubre un continente de tierra, provoca un incremento del nivel de los océanos y, debido a la alteración del grado de salinidad, modificación del ph, temperatura y densidad del agua, origina una peligrosa perturbación de las corrientes marinas, que son un factor fundamental en el clima. Además, tiene un impacto sobre los nutrientes de los océanos.
No solo los polos se deshielan. Es sobrecogedor observar fotografías de los glaciares y percibir como las lenguas de hielo se retraen año tras año.

Afortunadamente cada vez hay más personas sensibilizadas con el desastre medioambiental. El ciclista suizo Gino Mäder, que actualmente participa en la Vuelta a España, impactado por la disminución del glaciar Alestsch, en los Alpes, donde recientemente han aparecido los restos de un avión que se estrelló en 1968 sin dejar rastro, tomó la iniciativa de donar para la causa proteccionista del planeta un euro por cada corredor que entrara en meta por detrás de él. Son pequeños gestos que ayudan a mentalizar a la opinión pública.

En aquella carpa de la Feria Alternativa, delante de apenas docena y media de personas, Joaquín Araujo ya predijo el fenómeno del deshielo.

También habló de la desertización. En la actualidad hay un quince por ciento más de terreno convertido en desierto en el mundo que cuando el naturalista dio aquella charla.

El ser humano es el único animal que en lugar de cuidar y proteger su casa y su salud, las destruye. ¿Por qué actuamos así?

Araujo habla de dos causas: la velocidad y la comodidad. No queremos renunciar ni un ápice al nivel de vida que una parte de la población mundial hemos alcanzado. Y los que no la han alcanzado, en los países en vías de desarrollo, tienen el sueño, lícito por cierto, de hacerlo. Y queremos que ocurra rápido, mediante una carrera desenfrenada y desquiciada por producir y consumir, con la que arrasamos el planeta.

Nuestra visión a largo plazo es la misma que la de un topo. Y nuestro egoísmo es supino. Sabemos que vamos a dejar a nuestros nietos un planeta diferente, en el que la belleza será menor, el aire menos respirable, el agua más escasa y contaminada, los alimentos menos sabrosos y menos sanos, incluso perjudiciales para la salud, los fenómenos atmosféricos extremos y destructores, la biodiversidad tendrá algo de bio, pero poco de diversidad (Araujo considera que desde el siglo XVIII, cuando empezó la revolución industrial, se ha perdido la mitad de la vida salvaje en la Tierra), la superficie terrestre estará impregnada de pesticidas y tapizada de plásticos, y los peces rellenos de microplásticos que entrarán en la cadena alimenticia. Lo triste es que no hace falta trasladarse al futuro para observar ese escenario; hemos convertido nuestra única casa en un lugar menos habitable. Y no somos capaces de cambiar la forma de hacer las cosas, de modificar el concepto de progreso, para no seguir destruyendo el hogar de nuestros descendientes.

Incendios forestales devastadores, tormentas de granizo del tamaño de una pelota de tenis, inundaciones, vientos huracanados o sequías pertinaces siempre ha habido. En esta teoría simplista se apoyan los negacionistas, los que piensan que el cambio climático es un cuento chino y los que consideran a los ecologistas como un mal a combatir, en lugar de agradecerles que sean los únicos que se preocupan realmente (y no con palabras e intenciones demagógicas) de cuidar de la casa de todos. Pero se considera a la ecología como la enemiga del progreso y, por tanto, los grandes poderes económicos no están dispuestos a renunciar a sus pingües beneficios (ya he mencionado en otras columnas el desvergonzado incremento de beneficios en el último año, en plena crisis energética y tras una pandemia, de las eléctricas, petroleras, bancos, farmacéuticas…). Siempre ha habido desastres naturales, lo que ha cambiado es la frecuencia y la intensidad. Batimos récords en la continuidad de temperaturas máximas y mínimas durante días y semanas. También los mares alcanzan temperaturas insólitas, solo hay que bañarse en nuestras playas mediterráneas para comprobarlo. Los desastres derivados de los fenómenos atmosféricos se producen en latitudes en la que antes no se daban o no lo hacían con tanta intensidad.

Las estadísticas no son opiniones subjetivas. Las fotografías de los glaciares, de los casquetes polares o de los desiertos, tampoco.

Las plantas florecen antes, con el riesgo de que una helada detenga el proceso que nos da a todos los animales de comer. Los pocos insectos que quedan cambian la época de su metamorfosis. Algunos animales emigran a lugares más septentrionales buscando las temperaturas templadas que ya no encuentran en sus hábitats.

Las sequías, la falta de cosechas, la ausencia de agua potable y el deterioro de los territorios provoca hambrunas y el hambre es la madre de las guerras y de las grandes migraciones de las personas.

Cada vez somos más los humanos que vivimos sobre la Tierra y menos los otros animales. El cemento va invadiendo la superficie, formando megalópolis inhabitables donde la gente piensa que vive, cuando en realidad se limita a supervivir desconectada de la naturaleza, o sea, desconectada de sí misma, porque nosotros somos también naturaleza. La cultura rural, la que durante siglos nos ha servido para comer, se está perdiendo con la desaparición de los ancianos del campo, cuya sabiduría se llevan con ellos sin que haya descendientes que quieran heredarla.

¿Quién detiene este despropósito? ¿Dónde están esos animales que se autoproclaman racionales e inteligentes?

Somos los únicos seres vivos que estamos destruyendo el planeta. Y, además, lo sabemos. En consecuencia, los únicos responsables. Los otros son víctimas, nuestras víctimas.

Todos podemos renunciar, aunque sea en pequeña medida, a la velocidad y a la comodidad. Hagámoslo por el bien de nuestros hijos y nietos, pero también para demostrarnos que no somos tan idiotas como parece que somos. Porque si sabemos que estamos destruyéndonos poco a poco, somos idiotas por no revertirlo. Y si no lo sabemos o lo negamos, somos idiotas por esa ignorancia, inconsciencia o hipocresía.

Araujo menciona con frecuencia la palabra atalantar. Este vocablo, que escuchó por primera vez de boca de un campesino, se utiliza como sinónimo de cuidar y de tranquilizar. Deriva de talante. Como suele decir él para terminar sus conferencias: que la vida te atalante.

Yo me permito añadir: atalantemos al planeta para que él nos atalante a todos.

Vicent Gascó
Escritor y docente.