Querida Vera

Querida Vera

Con la venia: no habrá olvido.

 

Una mañana de octubre en la terraza del bar del Teatro -el Teodoro, si no me engaño- se nos incendiaron los ojos y las bocas, y las manos. En plan mutuo y recíproco.
Así que ya llevábamos meses de risas y de amores cuando nos sucedió La Maravilla.
Por mayor precisión voy a contarla en puro presente.

Estoy seguro de que estamos en abril -luego verás por qué lo digo- y es la media tarde caída, casi bocanoche.
Vamos rumbo a La Pacheca, por el Camino Hondo, en tu R5 rojo. A vaciar quintos y mercar maría.
En el loro, bordando a duo la Serranía de Brasil, cantan La Niña de los Peines y Luquitas de Marchena.

A medio camino atracas en la Hondoná por darnos un reposo, porque -como tú dices- la prisa es una pena, y a las penas puñalás.
Por casualidad tal vez -o ya por costumbre- hay a bordo dos birras helándose en una bolsa de cubitos, y un mái montao sin excesos pero con las reglas del arte.
Después de un besico, o dos o más, ponemos mano en los avíos.
Tú abres las latas y me das cuartel. Yo le arrimo candela al mái, pongo la brasa en corona, y te lo paso.
El tiempo se alarga -o se enlentece, o desaparece, o algo así- mientras fumando y bebiendo comentamos cosas nuestras.

De pronto dejas de reír y me preguntas:
-Oye, Manolo ¿nosotros qué somos?-
-Pues de momento amantes-
-Me gusta mucho, pero…-
-¿Quieres que esto vaya a más?-
-Sí-
-¿Como lo hacemos?-
-Dímelo tú-
-Primero dame un beso-
-Ven-
Me besas largo, sin guardarte nada, derrochándote entera y de verdad. Y yo te respondo hasta que perdemos el aliento los dos.
El jadeo trae la pausa, y nos miramos en una nueva primera vez.
-Vamos fuera, por favor-
-¿…?-
-Para contestarte-

De la mano te llevo entre los naranjos que -es abril, ya te lo dije- estallan de flores y perfume.
Te coloco debajo de dos ramas altas.
-Quédate ahí un momento-
-¿Aquí?-
-Sí. Y ahora cierra los ojos-
-¿Sorpresa?-
-Sí-
-Vale-
Cojo en firme las dos ramas y empiezo a moverlas.
-Mírame ahora-

Abres los ojos y ríes mientras te llueven azahares.
-…¡Manolo!…estás..-
-Estoy vistiéndote de novia-
-¿De novia tuya?-
-¿Tú quieres?-
-Sí, quiero-
-Yo también-
-Pues así quedamos-

Esta fue nuestra Maravilla.
Y duró por mucho, mucho tiempo.
Hasta que el viento contrario nos cambió los rumbos.

Ayer, con permiso y presencia de tu familia, estuve un rato contigo, y me arrasó comprobar que me mirabas sin verme. Pero en ningún momento te pregunté si te acordabas de lo nuestro.
Ahora eres otra tú .Y por eso mismo mereces respeto.
No tienes culpa alguna de haber perdido la memoria.
Y yo no soy quién para ensuciarte con lástimas.

Pero si puedo, y quiero, pelearle un asalto al Olvido que te atrapó.
Por eso esta mañana tecleo sobre nosotros y nuestra Maravilla. Por eso envío esta columnata: para que sea publicada y en los lectores quede la certeza de dos que se quisieron.
Para que, cuando no haya nadie vivo de los que nos leyeron, en un rincón en una hemeroteca se conserve esta historia.
Y tu recuerdo Vera.

Manolodíaz.