El umbral de lo insoportable.
Los últimos acontecimientos en las universidades de Estados Unidos y en algunas otras de todo el mundo, derivados de la masacre de Gaza, me han removido de forma especial porque tienen una gran similitud con uno de los hechos que sirve como origen del argumento de mi última novela, «Los perros del bambú».
En Birmania, el ocho del ocho del ochenta y ocho, a las ocho horas y ocho minutos, los universitarios de todo el país salieron a las calles para expresar su protesta contra la sinrazón de varias décadas de Gobierno autocrático.
La falta de libertades, la pobreza y la ausencia de esperanza fueron los detonantes. La resignación del pueblo fue sacudida por los jóvenes, cuya indignación alcanzó el umbral de lo insoportable. Fueron las instancias educativas el germen de una revolución que, en aquella ocasión, fue reprimida de manera salvaje y despiadada por el ejército de la dictadura.
Pero, sin salir de Estados Unidos, tenemos precedentes que perviven en la memoria. En la década de los 60, en plena guerra de Vietnam, una de las más sangrientas de la historia, las imágenes dantescas en televisión conmocionaron a la opinión pública norteamericana. Las atrocidades sufridas por el pueblo vietnamita, comparables a las que se están cometiendo en Gaza, evidenciaban la mentira del Gobierno, en su argumento oficial, que consideraba la guerra como necesaria para la democracia.
De la misma manera, tras la cifra de 34.000 palestinos fallecidos, la mayoría de ellos civiles inocentes, incluyendo niños; con el setenta por ciento de los edificios de la Franja de Gaza destruidos, la población pasando hambre, a merced de las enfermedades y con los hospitales bombardeados, sin medicamentos ni electricidad, las imágenes han descubierto la barbarie de un ataque desproporcionado, que se pasa por el forro los más básicos derechos humanos y que no atiende a la legalidad internacional ni a los avisos de los dirigentes de Naciones Unidas.
El mundo entero ve lo que está ocurriendo, pero la polarización política e ideológica, y los intereses económicos, sobrevuelan como buitres al acecho de la carroña. Por ello, hay muchas personas que todavía defienden y exculpan al Gobierno israelí.
Pero los jóvenes universitarios, de nuevo, han mostrado su indignación ante un genocidio.
Militantes del grupo Hamás, en su ataque del pasado7 de octubre, causaron 1200 muertos y tomaron 250 rehenes. En mi columna «El picudo rojo», de hace unas semanas, expuse mi opinión en la que, como no puede ser de otra manera, condenaba esa acción terrorista. Y también explicaba la injusta opresión que el pueblo palestino ha padecido durante décadas.
Lo que continuó a ese acto violento no tiene justificación ninguna. Y así lo han entendido los estudiantes de EEUU.
Las movilizaciones empezaron en la Universidad de Columbia, en Nueva York, pero ya son casi cincuenta los centros universitarios norteamericanos en los que los jóvenes se manifiestan con pancartas de “Palestina libre” o “detengan el genocidio”, e incluso establecen campamentos en los jardines de los campus. Y también en Italia, Francia o Reino Unido se han iniciado movilizaciones estudiantiles.
Hay nerviosismo en la Casa Blanca.
Biden tiene el apoyo electoral de los judíos, pero tiene también muchos votantes jóvenes, por lo que se encuentra en una difícil encrucijada. Las protestas ya han llevado a responsables de las universidades a comparecer ante el Congreso y le ha costado el cargo a la rectora de Harvard.
Las universidades dependen de donaciones para financiar aspectos clave de su funcionamiento, como becas y recursos para la investigación, y muchas de esas donaciones se invierten en empresas. Los estudiantes exigen que las universidades dejen de invertir fondos en los que se lucran con el genocidio, acusando a las empresas que tienen negocios con Israel y a las universidades que invierten en ellas, de ser cómplices de la guerra en Gaza.
También piden que se corten los vínculos académicos con las instituciones educativas de Israel.
La policía ha reprimido las manifestaciones, irrumpiendo en los campus y arrestando, en ocasiones de forma innecesariamente violenta, a más de un centenar de estudiantes.
De nuevo se reprime a los que luchan por la paz. El mismo Joe Biden ha usado la desacreditación de los manifestantes universitarios como arma propagandística, definiéndolos como lunáticos extremistas, cuando los verdaderos extremistas, no solo lunáticos, sino sanguinarios dementes, son los líderes sionistas y los líderes radicales islamistas (también los dirigentes de otros estados que apoyan a unos u a otros).
La religión como argumento para el odio, para atacar al que no tiene la misma fe y las mismas creencias, en lugar de ser la base del amor entre las personas.
Pero es que detrás de los dogmas y las doctrinas hay, sin duda, muchos intereses económicos, geopolíticos y electorales, que utilizan el fervor religioso como catalizador.
Y los organismos internacionales están en la inacción, como espectadores de uno de los acontecimientos que quedará en la historia como una horrorosa injusticia. Más allá de expresar su condena, no hay una acción efectiva para alcanzar un alto el fuego definitivo y una solución a largo plazo.
En el juego de «quién la tiene más larga» los rehenes israelís siguen apresados y los ataques a la población civil gazatí no cesan.
En Birmania, en el 8-8-88, el llamado Shiq Lay Lone, los campesinos, las familias e incluso los monjes budistas secundaron a los universitarios y se unieron a las manifestaciones. Aunque la represión fue despiadada, el Shiq Lay Lone es un mantra que todavía hoy perdura en las mentes de la población como símbolo de la lucha por la libertad.
Apoyemos a los pocos que muestran cordura en esta sinrazón, apoyemos a los que tienen la fuerza, la energía y la determinación para protestar por la libertad de los pueblos y por la paz. En 1968, sus manifestaciones fueron determinantes, junto al enorme costo de la guerra, para que cesara la contienda, con EEUU como perdedor pese a que era muy superior militarmente.
Ante la inoperancia de los políticos, es la opinión pública quien puede (y tiene la obligación moral) de alzar la voz. Han empezado, como tantas veces, los universitarios; pero es necesario el apoyo de todos —en lugar de los porrazos de los policías— para presionar a los responsables políticos y obligarles, aunque sea porque ven peligrar sus intereses electorales, a que tomen medidas, dejen de apoyar y financiar la guerra y establezcan mecanismos para atenuar la violencia en Oriente Medio y para garantizar una vida digna tanto a israelíes como a palestinos.