Carta del obispo para este domingo
En una semana comienza la Semana Santa. Es la semana más grande e importante del año para la comunidad cristiana. La llamamos ‘santa’, porque es santificada por los acontecimientos que en estos días conmemoramos en la liturgia y representamos en las procesiones: la pasión, muerte y resurrección del Señor. Son la prueba suprema y definitiva del amor de Dios por la humanidad. “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3,16). Por su muerte, Jesús nos redime del pecado y por su resurrección nos devuelve a la Vida de comunión con Dios y con los hombres: muriendo destruye la muerte y resucitando restaura la Vida.
El Domingo de Ramos nos introduce en esta venerable semana. Es un día de gloria por la entrada de Jesús en Jerusalén a lomos de un pollino, aclamado con cantos por el pueblo sencillo; y, a la vez, es un día en que la liturgia anuncia ya su pasión y muerte. Los días siguientes nos irán llevando hasta el Triduo Pascual, el corazón de la fe cristiana, que va desde la tarde del Jueves Santo al Domingo de Pascua. El Jueves Santo recordamos la última Cena de Jesús con los Apóstoles; Jesús anticipa de un modo sacramental la entrega de su cuerpo hasta la muerte y el derramamiento de su sangre para el perdón de los pecados. El Viernes Santo se centra en la pasión y muerte de Jesús en la Cruz: es la expresión suprema de su entrega por amor hasta el final. El Sábado Santo es un día de silencio y oración a la espera de su resurrección. El Triduo Pascual culmina en la Vigilia Pascual. La pasión y la muerte de Jesús quedarían inconclusas sin el “Aleluya” de la resurrección. “Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe” (1 Cor 15, 17).
Para poder entrar de lleno en el misterio del amor misericordioso de Dios, el cristiano ha de vivir estos días con espíritu de fe y con recogimiento interior participando plenamente en los actos litúrgicos. El creyente no puede limitarse a participar en las procesiones. Celebrar cristianamente la Semana Santa es acompañar y contemplar a Jesús desde su entrada en Jerusalén hasta su resurrección. Vivir la semana Santa es acoger el perdón de Dios en el Sacramento de la Reconciliación para perdonar y ser instrumentos de reconciliación y constructores de su paz. Vivir la Semana Santa es acoger a Jesús presente en cada ser humano, que sufre enfermedad o padece los horrores de la guerra en Ucrania y en tantas partes del mundo, o en los desplazados y refugiados. Vivir la Semana Santa es seguir unidos a Jesús por la oración, los sacramentos y la caridad hacia los más pobres.
Semana Santa es la gran oportunidad para morir con Cristo y resucitar con Él, para morir a nuestro egoísmo y resucitar al amor.
X Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón