Recuerdo los tebeos que mi madre intercambiaba en el Mercado del Lunes cada semana y que esperaba con ansia para ventilarlos en un periquete.
En el artículo de la semana pasada hablábamos del corazón y estos días me ha estado resonando un verso relacionado con el tema que aparece en una conocida canción de Joaquín Sabina, Noches de Boda, que interpreta junto a la gran Chavela Vargas. Ninguna de las ideas expresadas en ella tiene desperdicio, pero a la que me refiero en concreto nos dice:
Que el corazón no se pase de moda,
que los otoños te doren la piel,
que cada noche sea noche de boda,
que cada luna sea luna de miel.
Que el corazón no se pase de moda es un deseo intenso con el que me siento identificada, puesto que creo firmemente que solo desde la emoción y el sentimiento podemos ofrecer un aporte positivo a nuestro entorno, a quienes nos rodean y a la sociedad. Pero el corazón no es lo único que desearía que no se pasara de moda. Justamente esta semana, tal como venimos haciendo el 23 de abril de cada año coincidiendo con el día de Sant Jordi, hemos celebrado el Día Internacional del Libro, abanderado por la UNESCO desde 1998 y cuya fecha fue elegida en conmemoración del fallecimiento de varios autores renombrados, siendo los más famosos de entre ellos Miguel de Cervantes y William Shakespeare. Pensando en todo esto, me ha venido a la mente el deseo reiterado de que la lectura no llegue nunca tampoco a pasarse de moda, tal como parece que está pasando.
Me surge la duda de cuántas de las personas que han comprado o regalado libros en este día son lectores asiduos y habituales. Me gustaría pensar que la respuesta es la gran mayoría, pero siendo realista mucho me temo que no es así, ya sea porque no son lectores propiamente dichos o porque, aun siéndolo, priorizan otras actividades antes que dedicar su tiempo a leer un buen libro, sea del género que sea y sea cual sea la motivación para la lectura: formación, aprendizaje o por puro placer. Bien parece que las personas amantes de los libros nos vamos convirtiendo en rara avis, por eso cuando encuentras un espíritu afín, te agarras a su estela como a un clavo ardiendo, como almas gemelas que lleva el viento y vuelan hacia un mismo destino.
Se puede llegar a pensar que se lee mucho porque todo el mundo se pasa el día con la cabeza hacia abajo y la mirada dirigida a la pantalla del móvil en aparente actitud lectora, pero por lo general se trata de textos cortos y escuetos.
Cuando son más largos se tiende a leer “en diagonal”, como dice una amiga, sin profundizar y pasando de puntillas por el significado profundo. Esto implica que en realidad no se está leyendo, porque no se interioriza lo que se lee y el resultado es que ni se entiende ni se atiende a lo escrito. Obviamente todo esto es una generalización, lo cual siempre es erróneo, pero claramente es una tendencia en la sociedad de hoy en día aunque no se cumpla en todos los casos.
Toda esta reflexión lleva a repasar cómo descubrí la lectura y mi trayectoria como lectora a lo largo de mi vida. No recuerdo bien el momento en el que se despertó en mí esta pasión por los libros, pero sí tengo múltiples recuerdos desde bien pequeña relacionados con ellos. Según me han contado, puesto que mi memoria no alcanza hasta esos primeros años, me aprendía de memoria los cuentos que me leían mis padres antes de saber leer y, a fuerza de escucharlos, hasta pasaba las páginas en el momento adecuado.
Recuerdo los primeros aprendizajes de las letras en los que se tejían mis primeros pasos en la lectura y la escritura; los tebeos que mi madre intercambiaba en el Mercado del Lunes cada semana y que esperaba con ansia para ventilarlos en un periquete y la espera hasta la semana siguiente; el momento en el que descubrí que el texto que leía se iba materializando en mi mente de forma visual y el día en el que mi hijo compartió conmigo ese mismo descubrimiento; los libros contados que había en casa como Los Tres Mosqueteros de Alejandro Dumas o Tom Sawyer de Mark Twain, que releí montones de veces hasta casi saberlos de memoria; el momento en el que abrieron la Biblioteca de Rafalafena y me hice el carnet de lectura por primera vez; el verano que me pasé sacando libros de los Cinco de esa biblioteca hasta que me leí toda la colección; los días devorando un libro sin parar más que el tiempo justo para comer y volver al sofá, a la cama o donde fuera para llegar lo antes posible al final y saber cómo terminaba la historia; las aventuras y viajes en compañía de piratas, corsarios y bucaneros; la sensación de abrirme a otros mundos al poder leer en distintas lenguas; la emoción de interpretar en escena los textos teatrales escritos por distintos autores; los sentimientos a flor de piel al leer el libro todavía inédito que me escribió mi abuelo; la ilusión de toda una vida por tener una biblioteca en mi casa con el afán de que fuera mi habitación propia como la que nos describe Virginia Woolf e ir nutriéndola con novelas y textos que me interesan; los primeros libros que compré para mi hijo; las horas pasadas con él leyendo juntos hasta que pudo hacerlo por sí mismo; la satisfacción de haber conseguido imbuir en él el placer por la lectura y que se haya convertido también en un ratón de biblioteca y de que sea un gran lector; los ratos agradables compartidos en los clubs de lectura; el descubrimiento hace relativamente poco de cómo resuena en mí la poesía…
Tantos y tan buenos momentos en los que el protagonista siempre era, ha sido y es un buen libro y una nutritiva lectura para el alma, la mente y el espíritu.
Todo lo que resume una vida acompañada de libros es lo que hace que seamos grandes como especie, que sigamos creciendo y aprendiendo a través del conocimiento compartido por generaciones anteriores y por coetáneos, las emociones que transmiten los textos románticos, de misterio, terror o cualquier otro género. Una vida plena gracias a la libertad de elegir entre múltiples e infinitas posibilidades, entre el amplio abanico de oportunidades que cada libro nos abre para vivir aventuras e historias varias. Esta es la importancia de la lectura y debemos ser conscientes de que, para el avance de la sociedad, es importante entrenar el cerebro mediante esta práctica milenaria que tantas ventajas y aportaciones nos regala.
Me he encontrado muchas veces con personas instaladas en la queja de que sus hijos no leen sin plantearse si ellos lo hacen. Y como no hay mejor que predicar con el ejemplo, es por eso es tan importante tener libros en casa, que acompañemos a nuestras hijas e hijos, niñas y niños cercanos a nosotros en el descubrimiento de la magia de las palabras impresas, en la elección de sus lecturas. Por eso es crucial que nos vean recostadas en el sofá con un libro en las manos o leyendo bajo la sombra de un árbol, sobre el césped o bajo el sol primaveral, de verano o de invierno, en la playa o en la montaña.
Que los libros nos acompañen no sólo el Día del Libro, sino también cualquier otro día. Todos los días del año.
Dónde ha quedado el placer de abrir un libro, ojear sus páginas, el tipo de letra utilizado en una determinada edición, disfrutar del tacto y el olor de sus páginas. Una mente bien amueblada por años de lectura y de reflexión sobre lo que se lee, solo puede dar como resultado una persona con capacidad crítica cuyo pensamiento refleja todo lo que ha leído. Piensa en cuál es y cuál ha sido tu relación con los libros, en si haces de ellos tu estilo de vida, en si haces ver a las nuevas generaciones que te rodean la importancia de la lectura y les enseñas a amarla. Porque si quienes vienen detrás no aprenden a amar los libros, no los leerán, y si no los leen, nunca serán capaces de pensar con la mente abierta y crítica, ni serán imperturbables a la manipulación de quienes se creen con derecho a pensar y decidir por los demás.
Gracias a la lectura, entre otros aprendizajes de la vida, serán espíritus libres con capacidad de decidir.
Ojalá no se pierda la pasión por la lectura, el placer de oler el perfume de un libro, la habilidad de seguir una historia con calma, la capacidad de leer textos largos y de analizarlos de manera crítica. Ojalá el acto de leer un buen libro no se pase nunca de moda. Y para ello, nada mejor que aprovechar estos días la ocasión de realizar la visita obligada cada primavera a la Feria del Libro de Castellón, que justo hace un par de días volvió a abrir sus estands en la plaza Santa Clara con su rico y nutrido programa de actividades.
Solo me queda dirigirme a ti, sin duda gran lectora o lector porque hoy estás leyendo esto, para decirte que confío en que un día nos encontremos como almas gemelas que suspiran por una buena historia para compartir nuestra pasión. Hasta que llegue ese momento, nada más me queda por ahora, solo desearte que todas las noches sean noches de lectura y que todos los días leamos también.
Sonia Vecino Ramos
Profesora, asesora de formación y doctoranda en innovación educativa