De cómo nos gusta agruparnos, ser gregarios y estar en sociedad.
Por aquí ando de nuevo después de unas semanas de ausencia, aunque no sé si se me habrá echado de menos; tampoco lo tendré en cuenta…(risas).
Quería haber escrito de muchas cosas, entre ellas la celebración en fechas pasadas del día internacional de la escritura a mano. Me pareció tan bonito que en el momento pensé que sería un buen tema, pero… se me pasó el día y ya no hubo lugar. Además, pensé, qué sentido tiene hablar sobre la escritura a mano si el artículo lo voy a escribir en ordenador.
Otra de las cosas de las que quería escribir, que esta sí se va a materializar, es sobre el hecho de vivir en sociedad. Pese a que en algún momento pensemos que somos o que queremos ser asociales, lo cierto es que por el mero detalle de abrazar una cultura y beber de sus frutos ya nos vemos incluidos en un grupo. Un grupo así, genérico. Y decía lo de asociales, porque a veces el panorama pinta feo y una llega a imaginar otra vida, sin impertinentes, ni egoístas, ni prepotentes ni maleducados ni maleducadas.
La cuestión es que necesitamos socializarnos, sentirnos parte de un colectivo. En la pirámide de Maslow, que establece las jerarquías de las necesidades humanas, está en el centro exacto, con más importancia incluso que el autorreconocimiento. Es decir, pesa más el formar parte que el ser.
Desde hace cierto tiempo pertenezco a un club de senderismo. Un conjunto variopinto, donde por encima de todo prima el amor por la montaña; la mayoría de la gente, con edad más avanzada que la mía, que tampoco soy una niña. En las salidas en las que participamos casi siempre coincidimos los mismos fijos, más otros que van yendo y viniendo. Y por supuesto que hay con quien se tiene más afinidad (eso del feeling que dicen); si hay alguien con quien no se tiene, pues aceleras el paso y a otra cosa. Pero aun así, siempre está la sensación de ser gregarios, de ser parte del “rebaño” (en un sentido carente de menosprecio).
Esa misma sensación también se tiene con los compañeros de trabajo, con los de clase, con los del gimnasio…, cualquier agrupación a la que pertenezcamos. Es saber que hay gente que comparte una cosa contigo, al menos en ese momento; saber que por muy rara que nos parezca una afición, una actividad, hay quien ya la ha descubierto o realizado antes.
Vamos, que aunque nos consideremos raros los hay, cuando menos, igual que nosotros.
Elena Rodríguez
Docente discente