Cuando intentas romper con la masculinidad tradicional te sientes un poco cuestionado porque supone una pérdida de poder y de determinados privilegios.
En este siglo XXI, la sororidad se convierte en la chispa que enciende la llama de la transformación social, guiando a las mujeres hacia un camino de empoderamiento, colaboración y conquista de derechos fundamentales con la ayuda de sus colegas de verdad.
Hoy una vez más es 8 de marzo y, como todos los años, se visibiliza de una manera especial la reivindicación del Día Internacional de la Mujer , proclamado por la Asamblea de la ONU en 1977 y cuyo debate continúa vigente en la actualidad. Este tiene muchos enfoques desde diversas perspectivas, como por ejemplo la acepción de persona de referencia, tal como nos recordó Gloria Steinem:
Una persona feminista es cualquiera que reconozca la igualdad y la plena humanidad en mujeres y hombres.
Otro de los temas principales es el relacionado con el movimiento social que busca la equidad en las relaciones entre hombres y mujeres para alcanzar la igualdad de derechos, una de las principales exigencias todavía en pleno siglo XXI, pero en esta ocasión nuestro planteamiento se refiere a otro aspecto más mundano.
Queremos a través de estas líneas aprovechar la oportunidad de este día señalado en el calendario para despertar conciencia sobre una palabra que se utiliza mucho estos días y que lleva intrínseco en su significado un especial apoyo entre mujeres: sororidad. Al mismo tiempo haremos un paralelismo con otro término más de andar por casa que refleja la relación entre los hombres: colegueo.
El origen de sororidad se remonta a soror, palabra latina que remite a una relación de hermandad, respeto mutuo, cuidado y solidaridad. A partir de este primer sentido y a través de su variante inglesa sorority, durante el siglo XXI el significado de sororidad se resignificó para suplir la carencia léxica existente a la hora de describir la relación entre iguales de las personas del sexo femenino y una especial forma de apoyo entre las mujeres.
Para las mujeres, muchas veces existe de fondo la impresión de remar en solitario, por lo que contar con una palabra que nos une en el apoyo mutuo es un valor añadido a la amistad, porque nos hace sentir arropadas y dejar de lado la tradicional competitividad que ha caracterizado las relaciones entre ellas durante siglos.
Sororidad es remar juntas hacia un mismo puerto sin perder de vista el horizonte para hacer frente a todo lo que nos suceda durante la travesía. No supone estar al lado de cualquier mujer de manera incondicional, sino compartir una consigna que en su sentido a pie de calle apela a nuestra unión como mujeres más allá de un enfrentamiento con la sociedad patriarcal. Es autocuidado de nuestra propia parte femenina y de cuidado de las demás.
En el caso de los hombres, esta fraternidad es tradicionalmente más común. Cuántas veces se comenta esa relación de apoyo incondicional masculina que a veces se echa en falta entre las mujeres y que define tan bien la palabra colegueo. Es estar unidos, ese clásico compadreo. Por otro lado,
Entre los hombres existe cierta castración emocional a la que nos vemos abocados.
Es cierto que cuando intentas romper con la masculinidad tradicional te sientes un poco cuestionado porque supone una pérdida de poder y de determinados privilegios, sin embargo, es algo necesario para lograr una igualdad real con lo que debemos empatizar en ambas direcciones para construir en común. Ese colegueo podría y debería ir en paralelo a la sororidad para sumar en vez de restar, multiplicar en lugar de dividir.
La sororidad también se nutre de la riqueza cultural que ha forjado la identidad femenina a lo largo de la historia. En diversas culturas y en momentos históricos, las mujeres han cultivado lazos de hermandad, compartiendo conocimientos, rituales y tradiciones que refuerzan la unidad femenina. A medida que la sociedad evoluciona, es esencial rescatar y preservar estas conexiones culturales.
La sororidad y el colegueo no solo se limitan a las relaciones individuales, sino que convergen en un movimiento colectivo que busca transformar estructuras patriarcales arraigadas en la sociedad.
El fortalecimiento de la conexión entre mujeres, ya sea a nivel biológico, cultural o social, se traduce en unas sinergias conjuntas contra la discriminación de género.
La sororidad y el colegueo se erigen como pilares esenciales en la construcción de un futuro donde la equidad de género sea una realidad plausible e innegable. Al reconocer e integrar las dimensiones biológicas, culturales y sociales de la sororidad, las mujeres consolidan un frente unido contra la opresión de género y los diversos micromachismos. En este siglo XXI, la sororidad se convierte en la chispa que enciende la llama de la transformación social, guiando a las mujeres hacia un camino de empoderamiento, colaboración y conquista de derechos fundamentales con la ayuda de sus colegas de verdad, los hombres que realmente han culminado el proceso de transformación de su masculinidad.
Renovemos hoy, por tanto, nuestro compromiso con la igualdad efectiva, luchemos por que los cardúmenes de mujeres y hombres nadando en el mismo mar puedan unirse y avanzar en la misma dirección. Ese es el único camino para alcanzar un mundo más justo y equitativo, porque por separado vamos más rápido, pero juntos llegaremos más lejos para crear un mundo mejor.
Sonia Vecino Ramos, profesora y doctoranda en educación.
Dionís Montesinos, bombero H y estudiante de psicología.