Sí, lo reconozco, soy uno de ellos, de los llamados indecisos, de los nuevos indecisos, diría yo, de los que saben muy bien a quienes no quieren votar, y de los que temen votar a quienes votaron siempre, a sabiendas de la inutilidad del ejercicio de su derecho de sufragio, y tras haber intentado dejarse...
Sí, lo reconozco, soy uno de ellos, de los llamados indecisos, de los nuevos indecisos, diría yo, de los que saben muy bien a quienes no quieren votar, y de los que temen votar a quienes votaron siempre, a sabiendas de la inutilidad del ejercicio de su derecho de sufragio, y tras haber intentado dejarse convencer por los argumentos sectaristas de unos y otros, (no unas ni otras, pues no había mujer alguna en ellos paradójicamente), vertidos en los dos debates televisados. Reconozco, y desacredítenme, lo merezco, que gocé más dos días después abrazado a mi amor en el sofá, comprobando que no hemos envejecido tan mal, viendo como a las Azúcar Moreno, (bueno, a una de ellas en concreto), casi la echan de Supervivientes antes de empezar por su paranoia para saltar de un helicóptero al mar, o como la Pantoja deviene de grande de la copla patriótica a concursante friki de reality isleño. Y es que como docente en segunda e incomprensible semana vacacional pascuera, no quiero parecerles pedante si les digo que paso también estos días de asueto devorando la segunda novela de un grande, Amor Towles, titulada «Un caballero en Moscú», en la que se cuenta las divertidas anécdotas del Conde Zarista Alexandr Ilyich Rostov, condenado por los bolcheviques a arresto «domiciliario» de por vida en el hotel Metropol de la capital rusa en 1922, y que lo hago aderezando el transcurso por sus páginas con la audición de vinilos con conciertos para violín de Schumman o incunables de Led Zeppelin o Franco Battiato. Y hago todo esto intentando olvidar que, por lo visto, mintió Sánchez en su afán de no tener que contar con batasunos e independentistas para dejar de gobernarnos por Decreto. Y mintió Casado por si aún está a tiempo de salvar la debacle pepera y de no echar demasiado de menos a Soraya. Y dio casi penita Iglesias metido a conciliador de las dos Españas sin saber definir la suya. Y me reí, lo reconozco, con el despliegue del papiro de los presuntos casos de corrupción socialista del líder de Ciudadanos, Albert Rivera. Apenas se escuchaban los golpes de VOX en la puerta de Antena 3 intentando entrar para reclamar el muro de Melilla o las armas para todo cristo. Creo que la Junta Electoral Central les hizo un favor negándoles la voz y el rostro en ambas citas de baja altura. Eso sí, iré a votar y votaré, superaré el vértigo de la indecisión, me asomaré a la cabina de las papeletas de mi colegio electoral, como el conde soviético a la ventana del hotel de lujo desde donde podía contemplar igualmente el Kremlin que el Teatro Bolshói. Intentaré no pensar en la madre de Paquirrín embadurnada hasta la goma del moño de barro hondureño, y gritaré para mis adentros lo que gritaba jugando al escondite en el patio de las Escuelas Pías, tan mono yo con mi flequillo a lo Cuéntame y mi babero de rayas: «Por todos mis compañeros, y por mí primero», mientras introduzco mis diversas opciones en los sobres correspondientes. No quiero que nadie me suelte aquello tan característico de, «Si te quedaste en casa, ahora no te quejes».