¿Cuál es la profesión más importante?
Nacemos desnudos, sin saber nada y sin saber hacer nada. Moriríamos de forma inmediata sin los cuidados de un adulto y nuestro cerebro no se desarrollaría, ni podríamos alcanzar un grado suficiente de madurez y de plenitud en la vida si no recibiéramos instrucciones y conocimientos ni tuviéramos a otras personas como referentes a los que imitar.
Así de desvalidos llegamos al mundo y, junto al legado genético, es la educación la que nos convierte en el ser vivo más inteligente del planeta. Esto en teoría, porque el CI (coeficiente intelectual, el concepto de inteligencia que tenemos normalmente), como comprobamos a diario en los noticiarios, no es suficiente para actuar como seres civilizados. Incluso un CI alto puede ser un arma letal si se utiliza para hacer el mal y no el bien.
Además, no es garantía de felicidad. Un ejemplo de ello es William James Sidis, estadounidense considerado el individuo más inteligente de la historia, con un coeficiente intelectual estimado de entre 255 y 300 puntos (el rango normal se suele situar entre 90 y 110). Williams aprendió a leer a los dieciocho meses; con siete años inventó un idioma y llegó a hablar cuarenta; escribió cuatro libros entre los cuatro y los ocho años; entró en Harvard a los once y se graduó en siete carreras. En cambio este extraordinario nivel de inteligencia no le libró de ser una persona con escasas habilidades sociales ni de tener una personalidad neurótica. Nadie le enseñó a gestionar estos aspectos. No tuvo pareja ni vida familiar y falleció a los 46 años, se cree que por una embolia fruto de sus desarreglos mentales.
Suelo finalizar mis artículos con mi opinión sobre cómo se debe afrontar la problemática tratada. Y, en la gran mayoría, concluyo que es la educación el principal (a veces el único) vehículo para lograr una solución definitiva y sostenible en el tiempo, sea cual sea el asunto.
Aunque hay alternativas más modernas a la teoría de la tabula rasa del empirista John Locke, es indudable que somos seres sociales y socializables y que, con permiso de los defensores del determinismo genético, la influencia del entorno condiciona de forma definitiva nuestra personalidad, nuestras habilidades, nuestras creencias, nuestros valores, nuestra actitud, nuestras decisiones y nuestros comportamientos.
Por tanto, no es de extrañar que la educación tenga una importancia trascendental para la humanidad.
En base a esto, siempre he pensado que la profesión más importante que existe es la de maestro, especialmente de niños y de adolescentes, edades en las que se forma la personalidad que determinará las futuras decisiones y acciones. Y si nos vamos río arriba, otra figura clave es la de maestro de maestros. ¿Qué labor puede ser más importante y trascendente que la de educar a los maestros para que sepan educar? Aunque recuerdo a estupendos profesores de mi paso por Magisterio, también hubo otros muy limitados, especialmente en las habilidades didácticas. Pero no toda la culpa era de los docentes, los contenidos y metodologías establecidas por los planes educativos también dejaban mucho que desear. Desafortunadamente, como ocurre en la mayoría de las carreras, es después de terminarlas, mediante formación adicional y, sobre todo, con la experiencia, cuando se logran niveles mayores de pericia.
De lo que no me cabe duda es que los maestros y maestras de nuestras escuelas son los verdaderos superhéroes de la humanidad. De ellos depende que las sucesivas generaciones de adultos sean seres no solo hábiles, sino solidarios; no solo inteligentes, sino emocionalmente inteligentes; no solo capacitados, sino capaces de amar; no solo competentes, sino libres; no solo cultos, sino felices.
En una era en la que la tecnología provee de fabulosas herramientas para la educación, hay, sin embargo, factores que entorpecen de forma notable la labor docente: indisciplina y bajos niveles de esfuerzo en muchos alumnos, estímulos externos a la escuela de dudosa conveniencia, padres desorientados ante la conducta rebelde de niños y adolescentes, y los frecuentes y numerosos cambios en el sistema educativo, en el caso de España. A la vista del panorama, los maestros y maestras deben llevar debajo de su ropa cotidiana el traje de superhéroe para afrontar una labor tan importante como difícil.
En definitiva, los maestros tienen en sus manos la posibilidad de crear un mundo mejor. Y esto, hoy en día, es una superheroicidad.
No solo el progreso y la economía de los países son consecuencia de la educación (los países con baja tasa de analfabetos, como Australia, EEUU o Japón tienen altos niveles de vida), también en la educación integral, que incluya los valores humanos, la inteligencia emocional y el amor como premisas imprescindibles, está la semilla de un mundo donde impere la igualdad, la justicia, el respeto a sí mismo y a los demás, la libertad y la paz. Y todos estos conceptos son los ingredientes de la felicidad del ser humano.
¿Por qué, entonces, está tan poco valorado el rol del maestro? ¿Por qué no es la educación el principal objetivo de los gobernantes? ¿Por qué no tiene mayores partidas en los presupuestos de los Estados?
A esta altura del artículo, en base a lo expuesto, no se puede pensar otra cosa: es esencial contar con maestros muy preparados y muy motivados.
Afortunadamente hay reconocimientos a la labor docente, como el Global Teacher Prize de la Fundación Varkey, en colaboración con la UNESCO, que elige a los mejores maestros del mundo. En 2021 el jurado eligió a diez finalistas de entre más de ocho mil participantes. También a nivel nacional existe un galardón para los mejores profesores y profesoras de España, otorgado por Educa Abanca.
La capacitación no ha de ser solo en los conocimientos de las asignaturas tradicionales, sino en pedagogía y didáctica, en numerosas disciplinas relacionadas con la salud mental y física, y en las llamadas competencias blandas, habilidades relacionales y técnicas para la gestión de las emociones, que ayuden a los niños a desarrollarse dentro de una sociedad cada vez más compleja. Igualmente, es preciso inculcar aquellos valores que permitan que la humanidad, a base de amar al planeta y de amar a los otros seres vivos, sea más dichosa.
La sociedad debería de exigir un profesorado de alta calidad, bien pagado, dotado de recursos y que actualice sus conocimientos y destrezas de forma continua. Nos va el futuro en ello.
Vicent Gascó
Escritor y docente.