Begoña Carrasco no tiene ni proyecto de ciudad, ni capacidad de gestión, ni ganas de exigir a Carlos Mazón avances en sanidad y educación.
El Castelló oficial y el Castelló real representan dos mundos paralelos que poco o nada tienen que ver entre sí, a pesar de los esfuerzos que realiza la alcaldesa, Begoña Carrasco, para que creamos que, gracias a su gestión, vivimos en un idílica ciudad, exenta de problemas.
Así lo trasladó el pasado jueves durante el debate sobre el estado de la ciudad, en el que, a falta de proyectos, hubo de vender su intención de seguir bajando impuestos y activar nuevas ayudas para el comercio afectado por las obras de la Zona de Bajas Emisiones. Mucha palabrería para esconder que gobierna para los más poderosos y que el conjunto de la ciudadanía es víctima de su manifiesta falta de proyecto municipal.
La primera edil todavía no se ha enterado de que en su ciudad conseguir cita para el médico de cabecera resulta una odisea o que ir a urgencias equivale a una condena de doce horas de estancia en una sala de espera.
Tampoco le parece importante que resulte tan complicado operarse o que hayan quedado en el baúl del olvido las obras de reforma de los colegios San Agustín, Cervantes, Antonio Armelles, Carles Selma y Bisbe Climent. Prefiere mirar para otro lado y hacerse fotos en el palco de Castalia, antes que exigir al presidente Mazón los servicios públicos de calidad que sus conciudadanos merecen.
Las bajadas de impuestos que impulsa la alcaldesa benefician a los de arriba y perjudican a los de abajo porque al adelgazar las arcas municipales comprometen gravemente la calidad de los servicios públicos que presta el Ayuntamiento.
Aunque a nadie le amarga el dulce de la falacia de la bajada de impuestos, lo riguroso es advertir que la reducciones del IBI siempre acaban beneficiando a los más poderosos, a quienes tienen más y más amplios inmuebles, porque se ahorran una pasta. Es el cuento de nunca acabar: las clases populares votan a la derecha y cuando ésta alcanza el poder gobierna para los que más tienen.
El PP implementa una política nociva que deja temblando las arcas municipales y degrada gravemente los servicios públicos. Carrasco, al más puro ‘estilo Mazón Partido Popular’ alivia la presión fiscal de los de arriba, perjudica a los de abajo y, de paso, exige más recursos al Gobierno de España. Practica aquello de ‘haz lo que yo digo pero no lo que yo hago’. Dicho de otra manera: ‘que recaude Pedro Sánchez, y yo, Begoña I de Castelló, me cuelgo la medallita de la bajada de impuestos’.
¿Cree que la gente no se da cuenta? ¿Pretende que los comerciantes afectados por las obras de la Zona de Bajas Emisiones le den las gracias tras el anuncio de nuevas ayudas?
Ya veremos si las activa o si es un mero ‘bla, bla, bla’, pero todo el mundo sabe que las ahora vigentes son una chapuza mayúscula; no pueden acceder muchos perjudicados mientras las cobran propietarios de establecimientos ubicados en calles ajenas a esas obras.
Begoña Carrasco preside un equipo de gobierno bravucón con el concejal 134 que aparca cuando y como quiere, el ultra Ortolá que imputa falsamente un crimen a un menor magrebí, y el otro ultra, Vidal, que ataca a las suegras.
Begoña Carrasco encabeza el equipo de gobierno de la incapacidad; ni impulsa proyectos propios, ni gestiona debidamente los muchos que dejó encarrilados su antecesora, la socialista Amparo Marco, después de captar fondos europeos por valor de 86,5 millones de euros.
La actual alcaldesa preside un equipo de gobierno bravucón en el que el concejal 134 aparca donde, como y cuando quiere, sin que tengamos muy claro cómo está lo del pago, el ultra Ortolá imputa falsamente un asesinato a un menor magrebí, y el otro concejal ultra, el tal Vidal, para promocionar el comercio local opta por atacar al colectivo de las suegras.
Solo han pasado quince meses y en Castelló todo ha ido a peor.
Rafa García. Periodista
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