Carta del Obispo, D. Casimiro, para este domingo
En unos días celebramos la fiesta de Todos los Santos. En ella recordamos a esa muchedumbre innumerable de hombres y mujeres de todo tiempo y nación, de edad, estado y condición que han alcanzado la santidad. Ellos acogieron con humildad y generosidad el don del amor y de la vida de Dios en su vida terrena. De la gran mayoría no conocemos su nombre, porque no han sido reconocidos oficialmente por la Iglesia como santos ni propuestos a todos los fieles como ejemplos de santidad y de vida cristiana. Pero por la fe sabemos que gozan ya para siempre de la gloria de Dios.
A todos los une haber encarnado en su existencia terrenal las bienaventuranzas con la ayuda del Espíritu Santo: fueron pobres en espíritu, hambrientos y sedientos de justicia, humildes, misericordiosos y limpios de corazón, trabajadores por la paz y, muchos de ellos, perseguidos a causa del nombre de Jesús. Son una multitud de hombres y mujeres, también personas de la ‘puerta de al lado’ (Francisco), que han llegado a la casa del Padre siguiendo a Cristo por el camino de las bienaventuranzas. Todos ellos viven ya con Dios, gozando de Él e intercediendo por nosotros.
Para san Bernardo, el significado principal de esta fiesta es que la contemplación del ejemplo de los santos suscite en nosotros el gran deseo de ser como ellos: el deseo de vivir en esta vida como hijos y amigos de Dios para ser contados para siempre en la gran familia de sus hijos. Ser santo significa, en efecto, vivir unido a Dios como amigo suyo y miembro de su familia en esta vida para vivir así para siempre en el cielo.
Todos estamos invitados a ser santos. Dios nos crea por amor para la vida, para la presente y para la futura; Dios quiere que todos tengamos parte de su misma vida para siempre. Pero, ¿cómo podemos llegar para ser santos? Para ser santos no es preciso realizar obras extraordinarias, ni poseer carismas excepcionales. La santidad es antes de nada don de la gracia de Dios, que la ofrece a todos. Para ser santo es necesario, ante todo, acoger la vida nueva que Dios nos ofrece en el bautismo y vivirla día a día; el camino para ello es creer en su Hijo, Jesús, dejarse encontrar personalmente por Él, adherirse a Él, dejarse transformar por su Palabra y la gracia de Dios, alimentar la nueva vida bautismal en los sacramentos y seguir a Cristo cada día sin desalentarse ante la dificultad. Descubrir que somos amados por Dios de modo gratuito, nos ha de impulsar a amarle y a amar también a nuestros hermanos. Este es el camino el camino de la santidad, de la dicha y de la felicidad eterna.