Tristeza infinita

Tristeza infinita

Espero no ser el único que siente tristeza por la situación que atravesamos. Ni tan siquiera con más de 50.000 personas fallecidas somos capaces de crear un ambiente de respeto y confraternización. Es más fácil seguir la hoja de ruta marcada por cuatro indeseables que preconizan el odio, el desenterramiento de viejos rencores e impulsan...

Espero no ser el único que siente tristeza por la situación que atravesamos. Ni tan siquiera con más de 50.000 personas fallecidas somos capaces de crear un ambiente de respeto y confraternización.

Es más fácil seguir la hoja de ruta marcada por cuatro indeseables que preconizan el odio, el desenterramiento de viejos rencores e impulsan cualquier movimiento que provoque enfrentamiento entre vecinos y ciudadanos.

Creo que alguna vez les he contado que nací en una familia muy atípica por su composición, pero bastante corriente para la época, con una madre, hija de fusilado por los nacionales en paseo nocturno, y un padre, al que siempre admiré por sus firmes convicciones, que creía en José Antonio Primo de Rivera como si de una religión se tratara.

Jamás vi odio en mi casa, sí mucho amor, mucha comprensión, mucho perdón y sobre todo una vocación inmensa por trasladar a sus hijos el cariño hacia los demás y la caridad, sin jamás ponerte a pensar en raza, religión o pensamiento político.

Era fácil, en aquella época, en mi juventud, incluso cuando ya no era joven, no se medía a nadie por sus creencias políticas, era normal respetar las de tus amigos como ellos respetaban las tuyas y cuando en contadas ocasiones se producía intercambio de pareceres era más en broma que en serio, sabedores de que nadie iba a convencer a nadie.

Recuerdo como no cabía de orgullo cuando un anciano me contaba como mi abuelo paterno, de derechas de toda la vida, había conseguido que tuviera primos de todas las nacionalidades ya que se había dedicado, durante toda la posguerra civil española, a inscribir en el Registro Civil, abusando de sus amistades, a todos los judíos que pasaban por mi pueblo o por su campo de concentración como familiares directos suyos para evitar que fueran deportados a la Europa donde Hitler imponía su ley.

No soy una excepción, ni mi familia es mejor que las demás, a lo largo de mi niñez y juventud conocí a muchísima gente buena dedicada a hacer el bien y a ayudar a los demás, sería por eso quizá que vivíamos con las puertas de las casas abiertas de par en par. Si había pan había para todos y aquel que podía permitirse algún lujo gastronómico lo hacía a escondidas para no hacer de menos a sus vecinos y amigos.

Viví en una España plena de cariño, comprensión y amistad sincera, una España que desgraciadamente, y me duele en el alma, parece no podré dejarle a mi hija.

Recuerdo algo tan simple como los corros, poco después de comer los domingos, con mis amigos del barrio para hacer balance del dinero con el que contábamos, entre todos, para ir al cine…si no llegaba para todos cambiamos el cine por cuatro golosinas y un balón en la «campa” más próxima a nuestras casas. Sí, muy simple pero muy representativo del espíritu que nos movía.

No puedo olvidar como los que podían presumir de haber ganado la guerra, cosa que no hacían jamás, se dedicaban a ayudar y comprar en los comercios  de las viudas de los hombres caídos en el otro bando, había que ayudar a salir adelante a todo el mundo, ya nadie se acordaba, al menos no lo manifestaba, de las vergüenzas pasadas.

Di clase, cuando aún estudiaba bachiller, a varios amigos gitanos para que aprendieran al menos a leer y escribir, lo hacía en las aulas que los frailes de los SSCC nos dejaban utilizar para la ocasión. Nadie tuvo que enseñarnos “multiculturalidad”, la caridad, la ayuda a los demás te la transmitían tus padres, amigos y vecinos en cada pequeño detalle de la vida cotidiana.

Echo mucho en falta aquella España, echo mucho en falta la amistad, la confianza que te transmitía el vecino y la justicia social que intentábamos crear entre todos.

Qué pena!! Qué tristeza infinita!! No poder legar a mi hija y a los hijos de mis amigos aquella infancia y juventud que viví.

Fui heredero de una generación excepcional, creadores de una España nueva, sana y solidaria, coincidí en el tiempo con una generación con valores, amigos que siempre tenías a tu lado , y me iré, desgraciadamente, después de ver como se destruye todo lo que me convirtió en un hombre de bien.

¡Despierta España! No hay que hacerlo por nosotros, sí por nuestros hijos.