El auge de la ultraderecha en Castelló y en toda España está directamente relacionado con la polarización y la mala praxis periodística.
¿Qué hemos hecho para merecer que Trump vuelva a la Casa Blanca, un ex ministro del PP como Mayor Oreja defienda en el Senado el creacionismo divino frente al evolucionismo que pregona la ciencia, o que un concejal ultra de Castelló como Antoni Ortolá asegure tras la DANA en un artículo de opinión que lo que mata es el fanatismo climático y no el cambio climático?
¿Por qué hemos perdido el norte, cómo entender la irresponsabilidad de tanta gente a la hora de ejercer el voto y la mala praxis de quienes abren las tribunas de opinión a mentirosos e iluminados?
Como diría Vargas Llosa, ¿en qué momento se jodió el Perú? ¿Cuándo se echó a perder el periodismo? Seguramente en los noventa, cuando el sindicato del crimen se olvidó de la deontología profesional para derribar a Felipe González y entregar el poder a José María Aznar. A cambio de futuras prebendas, claro.
Por cierto, resulta sorprendente la concomitancia del propio González con quienes hoy utilizan medios lícitos, menos lícitos e ilícitos para acabar con Pedro Sánchez. Cosas veredes, amigo Alfonso Guerra…
Aquello nació en los noventa y desde entonces todo ha ido a peor cuando puede gobernar o gobierna la izquierda. Se desata la furia y supuestos periodistas llegan a proclamar la existencia de armas de destrucción masiva en Irak o a atribuir a ETA los atentados de Madrid del 11 de marzo de 2004.
Con la irrupción de Pedro Sánchez y Podemos en el panorama político español la Brunete Mediática decidió instaurar la barra libre para ser más eficaz a la hora de combatir a los nuevos actores.
Luego vinieron Pedro Sánchez y Podemos y la Brunete Mediática decidió instaurar la barra libre para restablecer su orden. Un perverso proceder aderezado con las redes sociales y los algoritmos que las manejan, siempre partidarios de la bronca, la desinformación, el bulo, la mentira, la derecha y la derechísima.
Una suma de excesivos ingredientes orientada hacia el caos que se complementa con la predisposición de demasiada gente a no buscar canales fiables de información y dar por buena la primera barbaridad que escucha. Bulos y exabruptos que se redifunden con irreflexiva ligereza.
Un cóctel explosivo que ha degenerado en un grupo ultra de 33 diputados en el Congreso (52 en 2019) y un sinfín de parlamentos autonómicos y ayuntamientos infestados por la nociva ideología que exhalan las candidaturas del mal.
Una coyuntura que obliga a pedir que el ex presidente de la Diputación de Castellón, José Martí, no se jubile, que siga propalando las luces de la Ilustración intramuros y extramuros del IES Penyagolosa.
Cuanto antes y por el bien de todos hay que conseguir que la presencia de ultras se reduzca a la mínima expresión en el Congreso y que en el Ayuntamiento de Castellon deje de haber concejales con esa ideología tan nociva.
No le queda más remedio que intensificar las representaciones didácticas de personajes como Montesquieu, Rousseau o Kant para inocular entre las nuevas y viejas generaciones la necesidad de promover la soberanía de la razón, la búsqueda de la felicidad, la libertad, la igualdad, la tolerancia y la fraternidad, en pos de un progreso humanista y libre.
Ha de hacerlo para intentar reducir cuanto antes a la mínima expresión la representación de Vox en las instituciones y conseguir que en el Ayuntamiento de Castellón deje de haber concejales ultras. Porque hace mal a nuestra sociedad que en la casa de todos haya discursos racistas, xenófobos y negacionistas de la ciencia, el cambio climático y la violencia machista.
Lo digo por el bien de todos, incluso por el de la actual alcaldesa, Begoña Carrasco, para que no vuelva a tener la tentación de formar gobierno con nostálgicos del franquismo y nadie pueda decirle aquello de “dime con quién andas y te diré quién eres”.
Rafa García. Periodista
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