Desde el “las cosas de palacio van despacio” hasta el “qué hay de lo mío”, pasando por “cuando el diablo nada tiene que hacer mata moscas con el rabo” y “nunca hará nada quien todo lo deja para mañana”.
Ese artículo de casi dos siglos de edad continúa de plena vigencia en los tiempos actuales. Ya en la época del Romanticismo teníamos la costumbre y/o facilidad de alargar plazos, haciendo gala de una lentitud característica de la burocracia española que, casi, nos hacía pasar por perezosos.
Varios refranes o dichos hacen gala de ese espíritu tan nuestro, tan procrastinador: desde el “las cosas de palacio van despacio” hasta el “qué hay de lo mío”, pasando por “cuando el diablo nada tiene que hacer mata moscas con el rabo” y “nunca hará nada quien todo lo deja para mañana”. En este momento me asalta la duda de si los jubilados supervisando las obras se podrían incluir en esta mi aportación periódica (hummm, no sé).
Ir a una ventanilla de la institución que sea es saber ya, de antemano, que te va a faltar algún documento; pero ¿cuál? Ah, eso ya te esperas a que te toque y te digan.
Pensábamos que con internet nos íbamos a librar de esperar durante tiempos infinitos; y en cierto modo, es así: nos libramos, sí, pero únicamente de esperar cola. Porque, a ver, ¿quién no ha tenido que enviar una solicitud, correo, inscripción o lo que sea, y a última hora se ha bloqueado el sistema? ¿O sale error fatal 498? ¿O se queda el ordenador pensando durante un tiempo que nos parece más largo de lo que es en realidad? Y en ese caso, ¿no te dan ganas de ir tú personalmente al sitio en cuestión con tus documentos en la mano, y volver a empezar, ad eternum, aun sabiendo que te van a pedir un papel que no lleves? Eh?Eh?Eh?
Pero es que eso nos pasa también por teléfono. Llamas a un número, te dan una retahíla de opciones para que marques una, solo una. Y pueden pasar dos cosas: 1. Lo que a ti te interesa no está. 2. Cuando la grabación llega al final ya no te acuerdas, porque según lo ha ido diciendo tú estás pensando: esta, es esta. Y resulta que no, que luego canta otra y esa, es esa.
¿No es esto también una forma de no querer hacer cosas? O, dicho de otra manera, ¿no se quitan un poco las ganillas de solucionar papeletas? Porque es que, vamos, ¿quién tiene la santa paciencia de estar durante varios minutos en varias llamadas diferentes a lo largo de otros tantos días, esperando a que quede libre algún operador?
Y hablando de paciencia, gracias.
Elena Rodríguez
Docente discente