Artículo de opinión publicado en El Mundo por Vicente Barrera 10/10/2020
Si la xenofobia es condenable en términos genéricos, lo es por supuesto y mucho, la que se produce en el ámbito cultural.
Acabo de ser víctima de xenofobia cultural, pero no queriendo ser a la vez puto y apaleado, no renuncio al menos, a alzar mi voz para denunciar haber sido aplastado por un rodillo ideológico que niega mi libertad y mis derechos. Grito mi desesperación a aquel que quiera escucharla, para no ser privado de mi libertad y condenado al ostracismo cultural, sin al menos advertir a mis vecinos de que hoy me toca a mí, pero que mañana , seréis cualquiera de vosotros.
Este año y por primera vez en mi vida, decidí participar activamente en el barrio donde vivo en la ciudad de Valencia, barrio conocido como Ciutat Vella. Me apunté a la comisión de cultura para poder desde allí, hacer propuestas culturales que pudieran ponerse en marcha en mi barrio en favor de cualquier vecino que así lo considerara. Fueron una docena las iniciativas que se plantearon a este consejo de Ciutat Vella por distintos vecinos. Por unanimidad, todas fueron votadas favorablemente, todas salvo dos, casualmente las dos que yo había propuesto que fueron rechazadas con la mayoría que conformaron los votos de los concejales del PSOE, Compromís y Podemos. La razón oficial se desconoce (niegan ningún sesgo o discriminación ideológica en esta decisión), la razón real: la xenofobia cultural.
Mis dos propuestas estaban relacionadas con la cultura de la tauromaquia. La primera, pensando en los adultos, consistía en una exposición de pintura y fotografía taurina y la segunda, dirigida a los niños, me hacia una gran ilusión. Consistía en un «Encierro Simulado Infantil», una actividad lúdica y cultural que se ha reproducido en muchos lugares de España con gran éxito, consistente en simular un encierro donde los niños corren y juegan al toro por las calles del barrio seguidos de sus padres, que llevan unos carretones que hacen las veces de toros. Es una actividad familiar donde los padres participan con sus hijos y donde al finalizar el recorrido, los niños podrán por primera vez tocar un capote o una muleta y tomarse felizmente una horchata en compañía de sus progenitores, actividad que como todas las propuestas es voluntaria y a la que asistirán quienes así lo decidan libremente… ¿Libremente? No. Una serie de políticos ya decidieron por nosotros lo que es mejor para nuestros hijos. Ellos decidieron los valores y la cultura que es aconsejable o no que trasmitamos a nuestros hijos. Ellos se apoderaron de la educación que creíamos nos correspondía y decidieron tutelar la infancia para que ésta , no pueda beber de culturas que ellos decretaron que deben desaparecer.
Las juntas de distrito y en particular las comisiones de cultura tienen como misión asegurar la participación vecinal en sus distintas sensibilidades e inquietudes culturales y jamás pueden actuar como órganos censores y mucho menos, pueden prohibir por motivos ideológicos.
A pesar de que en la apertura del consejo de Ciutat Vella, presidido por el concejal Grezzi , hice un sólido alegato sobre el respeto a la diversidad, a la democracia, a la integración, a la pluralidad, al respeto al distinto y a que cualquier sensibilidad cultural debía tener cabida y espacio en la actividad de Ciutat Vella, los valores de tolerancia, democracia y respeto al distinto se los pasaron por el forro, precisamente aquellos que permanentemente acusan a los contrarios políticos de no respetar estos valores señalándoles de fascistas. Pues bien, el señor Grezzi y compañia pisotearon, acuchillaron y pasaron a través de su rodillo ideológico la libertad y el derecho ajenos, buscando la negación y la anulación de la cultura y la libertad que ellos no comparten.
Curiosa política que tolera y ampara, entre otras muchas barbaridades, exposiciones y homenajes a etarras pero que considera peligrosísima una exposición de fotografía y pintura o una actividad infantil de divulgación de una parte de nuestra cultura.