Y llegó septiembre

Y llegó septiembre

Y septiembre no ha hecho más que empezar.

 

Y llegó septiembre (habrá llegado cuando salgan estas líneas). Siempre me ha parecido un mes cercano, cordial, no sé por qué. Supongo que será por lo que tiene de vuelta a la normalidad, de reencuentro con los compañeros de colegio, de instituto, de universidad e incluso de trabajo.

También por lo que tiene de rompedor: aunque menos habitual, es un mes que se presta para ir de vacaciones: menos gente, menos calor (teóricamente), precios más económicos.

Es un poco cautivador, es como querer y no poder volver a la rutina; es el fin del verano, del dolcefarniente, pero al mismo tiempo es como que todo va todavía a medio gas; los coles solo media jornada, multitud de comercios y negocios con horario de mañana… Pero me gusta.

Los anuncios publicitarios de las televisiones se llenan de colecciones, fascículos y promociones imposibles. Todo es susceptible de ser coleccionado: desde un modelo de coche hasta una casa de muñecas, desde mitos griegos hasta audiocuentos, yo qué sé.

Mi pregunta es si realmente habrá mucha gente que consiga terminar las colecciones que se empiezan.

En mi caso debo reconocer que he completado varias. Desde un diccionario enciclopédico de nada más que 20 tomos, pasando por un recetario de cocina (otros 5) hasta un atlas mundial. Recuerdo otra que le hice a un amigo, aficionado a la pesca: en el barrio donde él vivía no había un triste quiosco, y me ofrecí a comprárselo en el mío. Creo que el dependiente del establecimiento más de una vez se quedó con las ganas de comentar conmigo algo de pesca (hubiera fracasado en su intento, desde luego, porque oye, ni idea de pesca).

En mi descargo debo decir que no todas esas colecciones eran del mes de septiembre; algunas eran por el periódico de turno, pero no deja de parecerme entrañable que salgan en este mes las colecciones. También quiero añadir que eso fue hace ya muchos años; ahora no tendría sentido para mi coleccionar algo que se puede consultar en internet.

En este momento me veo precisamente en el lado opuesto: me quiero desprender de cosas que solo acumulan polvo y abarrotan estantes, pero… ¿Cuál es mi asombro? Que se han quedado obsoletas, no solo para mí sino también para una biblioteca o un centro cultural… Me daba pena deshacerme de ellas, saber que iban a ir a parar a la papelera, sin más, así que me puse en contacto con un espacio de lectura público para hacer una donación, adjunté el listado de los tomos y colecciones que eran y me contestaron que carecían de interés para ellos.

Mi gozo en un pozo. No tuve más remedio que llevarlo allí donde no hubiera querido, al contenedor de papel, con la esperanza de que alguien los viera y pudiera darle una segunda vida. Afortunadamente, así debió ser, porque tras unas horas volví a pasar casualmente por donde los había dejado y oh, sorpresa, ya no estaban. Me alegré bastante, la verdad, de que pudieran servir aunque fuera de adorno, a otras personas.

Y septiembre no ha hecho más que empezar.

Elena Rodríguez

Docente discente