La gestión municipal tiende al caos mientras los patinetes y las palomas campan a sus anchas y la basura se agolpa junto a los contenedores.
Con las lluvias y el otoño nos adentramos en un periodo para la esperanza que no impide que alguien pueda verse cara de gilipollas al comparecer frente al espejo. Hablo de una sensación ingrata que experimento de manera cíclica y que hoy cobra la mayor intensidad de los últimos tiempos.
Una circunstancia que me lleva a reflexionar sobre la incomodidad en futuros encuentros de quienes son capaces de enarbolar una mentira que decae en 48 horas o de aquellos otros que gustan de utilizar la expresión ‘echar una mano’ con el añadido de ‘al cuello’. Creo que en según qué sitios y ante determinadas personas, pueden pasar un ratito angustioso. Pero bueno, se lo han buscado, ¡es su problema!
La cara de gilipollas ni se improvisa, ni se disimula, es la que aparece cuando el afectado asume su propia insignificancia y la inconsistencia de supuestas afinidades interesadas que no conducen a ninguna parte. Es algo que experimenta casi todo el mundo en algún momento de la vida y en cualquier lugar, también en Castelló.
El pasado jueves la basura amontonada en torno a los contenedores saturados de la Avenida Barcelona ofrecía al viandante una triste y caótica imagen de dejadez y suciedad, impropia de una ciudad como Castelló.
Porque la capital de la Plana, como todas las ciudades, da mucho de sí, sobre todo desde que la coalición involucionista formada por PP y Vox está al frente del gobierno municipal. De ello di fe el pasado jueves en mi muro de Facebook, en el que colgué la foto del lamentable espectáculo que podía apreciarse a media mañana en la Avenida Barcelona, frente al Colegio Gaetà Huguet. Los contenedores subterráneos estaban repletos y un sinfín de cartones, envases y bolsas se amontonaba a su alrededor.
Vamos mal, Castelló tiene un equipo de gobierno que carece de ganas, ilusión, proyectos y capacidad de gestión, que nos ha llevado a la parálisis total. Hoy el Ayuntamiento no hace nada que no sea seguir la inercia de los proyectos que dejó encauzados la corporación anterior.
Además, en aras de una libertad mal entendida, se permite que los patinetes campen a sus anchas sin observar las normas básicas de la conducción, con manifiesto exceso de velocidad y temeraria cercanía física a los peatones, cuya integridad queda en entredicho.
También parece que definitivamente se ha tirado la toalla en lo referente al problema de salud pública originado por el exceso de palomas, esas ratas voladoras que se apoderan de las mesas de las terrazas, a cuyos clientes disputan las consumiciones.
Conviene recordar que ‘tanto monta, monta tanto, Carrasco como Ortolà’ a la hora de pedir explicaciones sobre la conducción temeraria de patinetes o el exceso de palomas contagiosas existente en la ciudad.
Dijeron que venían a cambiar las cosas pero ha resultado ser que la alcaldesa, Begoña Carrasco, del PP, y su ¿fiel? escudero ultra, Antonio Ortolá, nos han dado el cambiazo. Cabría explicar que en este caos ‘tanto monta, monta tanto, Begoña como Antoni’.
De momento se les ve muy compenetrados, parecen muy amigos, pero no deberían fiarse demasiado porque todo el mundo sabe que en política el fuego amigo es el más dañino de todos.
Rafa García. Periodista
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