Necesitamos una «Qatarsis»

Necesitamos una «Qatarsis»

La aberración consentida.

 

El control del mundo lo tienen los grandes poderes económicos. Es algo que hemos normalizado con resignación o, lo que es peor, con falta de consciencia. Los estamentos políticos, religiosos y judiciales bailan al son que les marcan los agentes económicos, representados por las poderosas compañías internacionales, cuyos tentáculos llegan hasta el último rincón del planeta. Y esa música, en estos momentos, tiene la melodía de los himnos nacionales y deportivos.

En 2010 la FIFA eligió a Catar como país que albergaría el Campeonato Mundial de Fútbol masculino de 2022. De entrada, podría parecer una candidatura con pocas posibilidades atendiendo a dos razones: la primera es que en ese país, como los mismos cataríes aseguran, hay nueve meses de verano y tres de infierno, lo que obligó a modificar las fechas de celebración habitual y pasarlas a noviembre, aunque se tuvieran que interrumpir las ligas nacionales. La segunda es que Catar es un país con un gobierno autocrático, en el que no se respetan los derechos humanos.

Entonces, ¿por qué fue elegido Catar?

Una investigación de 2014 del periódico inglés The Sunday Times publicó que el emirato pagó cinco millones de dólares en sobornos para asegurarse el apoyo a su candidatura. No se han publicado pruebas contundentes, pero en un deporte donde se mueven cifras estratosféricas y ante un evento que paraliza el mundo durante un mes e implica inversiones multimillonarias, pienso que hay tan pocas pruebas como dudas.

Pero hay otros motivos: por una parte, con este evento, Catar se consolida como líder entre los países árabes y sube muchos peldaños en el liderazgo mundial. Por otra, son incuestionables los intereses económicos de los países occidentales y de sus empresas, dentro de un territorio que se encuentra entre los cinco países de mayor exportación de petróleo y de gas líquido y que, por su escasa población, tiene el PIB per cápita más alto del mundo. Sin ir más lejos, empresas españolas como la constructora FCC o OHL han protagonizado en Catar infraestructuras de transportes u hospitales, Acciona tiene proyectos de desalación de agua e Iberdrola tiene intereses en las infraestructuras gasistas.

Catar, además, aprovecha el mundial para desarrollar y promocionarse en el sector turístico y de servicios. Una inversión de futuro porque su Gobierno sabe que la bolsa subterránea de gas, aunque enorme, es finita. El país ha atraído numerosas inversiones de grupos hoteleros internacionales como Hilton, Regis o Roosewood.

Desde el punto de vista deportivo y medioambiental, es una aberración hacer el Mundial en una latitud en la que se alcanzan, incluso en los meses menos calurosos, temperaturas de 35 grados centígrados. Los estadios por primera vez en la historia van a estar provistos de aire acondicionado, con un sistema moderno que, aunque con un rendimiento 40% más eficiente que los métodos convencionales, no deja de consumir enormes cantidades de la actualmente escasa y preciada energía.

Desde el punto de vista de los valores sociales, es una aberración porque es un país que, como hemos indicado, no respeta los derechos humanos. Está prohibida la homosexualidad con penas de hasta siete años de prisión; las discriminación de las mujeres es notoria en asuntos como el matrimonio, el divorcio, las herencias, la tutela de hijos o la presencia en cargos públicos. Las cataríes deben permanecer bajo tutela masculina y necesitan permiso de su tutor para viajar al extranjero o trabajar, en especial si tienen menos de 25 años. La violencia doméstica y los abusos dentro del matrimonio no están penados, y la religión impone estrictas restricciones a la forma de vestir y a las muestras de afecto en público. Se ha recuperado la pena de muerte y una reciente ley incrementa las trabas a la libertad de expresión, con castigos de cárcel y multas si una información se considera contraria al Gobierno.

Otra vulneración de derechos que el evento ha puesto en el foco de la opinión pública es la de los trabajadores. El diario The Guardian cifró en 6500 el número de personas fallecidas durante los trabajos de construcción de los ocho estadios que albergarán el evento deportivo (para asimilar la magnitud de esta cantidad, pensemos, por ejemplo, que es más del doble de los que perdieron la vida en las torres gemelas). Las cifras que proporciona el Gobierno de Catar son tan bajas como irreales, según Amnistía Internacional. Los albañiles, en su mayoría migrantes de Bangladesh, India, Nepal, Kenia, Pakistán o Sri Lanka están sometidos a la “kafala”, sistema de patrocinio para las empresas que hace que los trabajadores carezcan de derechos, que no sean libres para cambiar de trabajo y que se les pueda retirar el pasaporte. Las precarias condiciones en las que han desarrollado sus tareas, sometidos a temperaturas altísimas, sin sistemas de prevención de accidentes, sin la posibilidad de sindicarse, con jornadas interminables, sin casi días de descanso y sin poder reclamar unas condiciones laborales dignas, han convertido estas tareas en trabajos forzosos. El Gobierno de Catar y las empresas constructoras niegan estas acusaciones, achacan las “pocas” muertes a causas naturales e insuficiencias cardíacas y declinan cualquier responsabilidad, por lo que, pese a ser el país con la renta per cápita más alta del mundo, no se piensa indemnizar a las familias de los fallecidos, que, junto al dolor de la pérdida, quedan desamparadas ya que sus ingresos provenían de lo que sus familiares les enviaban.

De Catar solo conozco el aeropuerto de Doha, donde he hecho escalas de algunos vuelos, y, desde luego, el lujo que allí se expone contrasta vergonzosamente con la situación de la población, especialmente de los migrantes.

Detrás de ese escaparate planetario y opulento, que es la Copa del Mundo, se intenta ocultar una enorme inmoralidad. El espectáculo más extendido y poderoso del mundo (también se podría definir como el mayor fenómeno movilizador de masas y, en ocasiones, el mayor alienador de mentes) en lugar de servir como un ejemplo de buenos valores, se convierte en cómplice de la vulneración de los derechos humanos. Y es que, volviendo al asunto esencial de este texto, el dinero, el verdadero motor del mundo, arrasa con todo, en especial con la ética.

Muy profunda va a tener que ser la catarsis (o “qatarsis”, si se me permite el juego con el nombre del país en su idioma, en español la RAE solo acepta Catar) que necesita hacer la humanidad para purificar todo el horror que se extiende por el mundo en general y en los numerosos países con Gobiernos autocráticos en particular.

Por lo pronto, las organizaciones internacionales y también la FIFA deben exigir que se abra una investigación para esclarecer las miles de muertes de los trabajadores y que las familias tengan un resarcimiento digno. De la misma manera, la FIFA debería exigir que se garanticen los derechos humanos de los numerosos empleados que siguen ofreciendo servicios en el evento. También la Federación Española de Fútbol, con Luis Rubiales a la cabeza, si quiere dar una muestra de coherencia con lo que predica, debería presionar a la FIFA para que esta barbaridad ni se repita ni se quede en el olvido.

Vicent Gascó
Escritor y docente.