Carta del Obispo de Segorbe-Castellón de este domingo y que dedica a las personas sin hogar.
Desde hace unos años, el último domingo de octubre celebramos el día de las personas sin hogar. El lema para la campaña de este año reza: “No tener casa, mata”. En efecto: no tener casa mata los sueños, las oportunidades, la confianza, la salud o los derechos de las personas que no tienen acceso a una vivienda digna.
Se estima que en España hay 40.000 personas sin hogar. Muchas de estas personas están nosotros. No disponemos de datos exactos; pero, sí sabemos que nuestra Cáritas diocesana atendió en 2019 a 893 personas sin hogar.
Las personas sin hogar no nos pueden ser indiferentes, como ocurrió con el pobre Lázaro que yacía postrado a la puerta del rico ‘epulón’. Sabemos que el hogar es una condición necesaria para que el hombre o la mujer puedan nacer, crecer y desarrollarse; para que puedan convivir, trabajar, educar y educarse, o para que puedan construir una familia. No tener hogar es más que no tener una casa o vivienda digna; implica también verse privado de cosas fundamentales para el desarrollo y el bienestar de todo ser humano como son las relaciones personales, el sentido vital o el acceso a derechos fundamentales, como la atención sanitaria y otros.
Las personas sin hogar constituyen una categoría de pobres todavía más pobres, a quienes debemos amar y ayudar como el buen Samaritano; son nuestro prójimo. Las personas que no tienen acceso a una vivienda, que sea techo y hogar, están hoy, de nuevo, en nuestro camino y reclaman ayuda para gozar de sus derechos, para recuperar su espacio legítimo en la sociedad y formar parte de un tejido comunitario donde cada una tenga siempre un lugar conforme a su dignidad de personas.
Durante la actual pandemia hemos podido hacernos más conscientes de la importancia de un hogar, donde guarecernos, protegernos, estar a salvo, descansar y cuidarnos. En el confinamiento impuesto por el estado de alarma, tuvimos que dar con premura a los sin techo un lugar para poder confinarse. Esta experiencia común a causa de la Covid-19 debería ser la oportunidad para repensar juntos los pilares de nuestra convivencia, de la que no pueden quedar excluidas las personas sin hogar. Es posible y urgente acabar con estas situaciones de las personas sin hogar. Porque, en definitiva, no tener casa, mata.