Las creencias son principios que influyen en la forma en que percibimos el mundo y actuamos.
Funcionan como filtros a través de los cuales interpretamos nuestras experiencias y fundamentan nuestras acciones y decisiones. Estas se forman a partir de los pensamientos y decisiones que tomamos a lo largo del tiempo, generando sentimientos y actitudes frente a determinadas situaciones, personas o conceptos.
El filósofo Immanuel Kant nos aportó,
No vemos las cosas como son, sino como somos nosotros.
Ya que las creencias son como raíces que nos llevan a posicionarnos en una interpretación de lo que observamos, impidiéndonos, en muchísimos casos, ver la auténtica realidad.
Esto es así debido a que percibimos e interpretamos esta última a partir de nuestras creencias acerca de cómo somos, de cómo son las demás personas, de cómo deben ser nuestras relaciones con ellas (mesosistema) y, en general, de cómo es el mundo que nos rodea en nuestro macrosistema.
Según la autora Rocío Barragán de la Parra, desde una edad temprana y debido a los entornos sociales y familiares que nos tocó vivir, las creencias comienzan a instalarse en nuestro interior, construyéndose a partir de aprendizajes tanto formales como informales. Las interacciones directas e indirectas en el precoz entorno familiar, escolar y social van moldeando un sistema de creencias que, a su vez, se consolidan con experiencias culturales y sociales. A lo largo de la vida, este sistema se refuerza y se convierte en un marco de referencia que guía nuestras interpretaciones de ese fenómeno llamado realidad y, por ende, muchos de nuestros comportamientos.
Es importante comprender que el sistema de creencias no es intrínsecamente bueno o malo.
Más bien puede ser potenciador o limitante, dependiendo de cómo impactan nuestras decisiones, acciones y nuestras percepciones.
Lao Tse planteó: “El viaje de mil leguas comienza con el primer paso” y, en este caso, el primer paso sería modificar nuestro sistema de creencias; para ello es necesario identificarlo, evaluarlo, y reconocerlo para aceptar que siempre es posible cambiar la forma en que pensamos, aprendemos y vemos el mundo en este tornillo sin fin del aprendizaje que nos impulsa hacia la vida. Recordándonos que hay máspor descubrir, otra forma de mirar y entender para aplicar en nuestras vidas porque con una actitud amorosa, consciente y despertando tu potencial, te abres a un mundo de infinitas posibilidades…
Como nos ilustró Sócrates hace ya unos años, es importante indagar para conocerse mejor a uno mismo, podría ser a través de momentos de silencio, siendo conscientes de las propias fortalezas, debilidades y oportunidades (DAFO), así como de los recursos a nuestra disposición y las creencias que debemos mejorar o cambiar. Asimismo, es crucial reevaluar nuestro autoconocimiento constantemente, pues cuando tengamos las respuestas, la vida nos cambiará las preguntas.
Los años vividos nos recuerdan que los procesos de desarrollo personal, el coaching, la terapia o la Programación Neurolingüística (PNL), son herramientas para desarticular creencias limitantes y aprender a pensar de manera diferente, a cuestionar las suposiciones habituales y a explorar otras perspectivas. Esta práctica, conocida como “pensar fuera de la caja” (think outside the box), o el pensamiento lateral es el que nos permite identificar aquello que queremos lograr desde una óptica completamente nueva y creativa.
Es interesante recordar que tu creencia no es la verdad, es una verdad que tú has construido y, por ende, el proceso de cambio empieza por identificar las creencias descriptivas, que representan la realidad tal como es, como las opiniones sobre la evolución; o las creencias morales o normativas, que indican lo que es correcto o incorrecto, como la lucha contra las desigualdades o lo ético; también están las creencias religiosas basadas en dogmas, dependiendo de la religión que se profese y todo lo relativo a este ámbito. También las creencias seculares que no están vinculadas a la religión y serían propias del entorno cultural, ciencia y filosofía.
Por otro lado identificamos creencias conscientes, explícitas en el discurso diario, y creencias inconscientes, que se manifiestan en sesgos cognitivos o acciones automáticas. Según su utilidad se pueden dividir creencias adaptativas, que son las que facilitan la adaptación sin causar sufrimiento, y las creencias desadaptativas, que generan conflictos y dificultades.
Están las creencias sobre la propia identidad, que podrían relacionarse con las creencias formadas en el microsistema (familia, amistades cercanas) y que se construyen a través de las interacciones directas e inmediatas, mientras que el exosistema (instituciones y medios de comunicación) influye de manera indirecta pero poderosa en las creencias que adoptamos. Por último, el macrosistema (normas culturales y valores sociales) sería el marco más amplio que moldea nuestra visión del mundo y, a menudo, refuerza creencias tanto limitantes como potenciadoras. Por último, pero no por ello menos importante, encontramos las creencias sobre el entorno, que serán las opiniones sobre la sociedad y los estilos de atribución.
Es útil analizar el origen de las creencias y plantearse preguntas básicas como: ¿qué me está pasando?, ¿qué quiero realmente?, ¿por qué es importante para mí?, ¿cómo creo que puedo lograrlo?, ¿qué me detiene?, ¿cuál es la finalidad de alcanzar este objetivo? Respondernos honestamente a estas preguntas revela nuestra percepción de la realidad y nos ayuda a identificar cualquier creencia que pueda estar limitando nuestro avance.
Si durante este proceso no logramos identificar creencias limitantes, es posible que, o bien no hayamos profundizado lo suficiente en la comprensión de nuestro objetivo, o bien necesitemos ayuda de la psicología. En muchas ocasiones “no se debe ser juez y parte” y, con la ayuda profesional, reconocer nuestras creencias y entender cómo operan es el primer paso para transformar las que nos limitan y desarrollar aquellas que potencian nuestras capacidades para tener una vida más plena y gratificante. El segundo paso para transformar las creencias limitantes es activar aquellas otras que nos empoderan y consolidarlas.
Se trata de entrenar nuestra mente para visualizar nuevas posibilidades y explorar caminos alternativos que antes no considerábamos a través del pensamiento lateral, la creatividad y la bibliografía científica. Algunas preguntas que pueden facilitar este proceso son: ¿existe otra manera de lograrlo?, ¿cómo se relaciona este objetivo con mis valores?, ¿esos valores son míos o impuestos por mi familia, entorno o cultura?, ¿es coherente con lo que quiero alcanzar?, ¿vale la pena invertir en esta nueva forma de pensar?, ¿qué opciones no he considerado hasta ahora?, ¿cuál es la mejor versión de mí que puedo imaginar?
Al analizar estas preguntas podemos desglosar nuestros obstáculos y resignificarlos como oportunidades. Por ejemplo, si identificamos un desafío particular, podríamos transformarlo en una posibilidad: “¿qué puedo hacer para superar esta limitación y convertirla en un recurso?”
El tercer paso exige desarrollar una habilidad crucial: elegir conscientemente lo que pensamos y cómo lo pensamos. En cierta ocasión Mahatma Gandhi dijo,
Tus Creencias se convierten en tus Pensamientos
Tus Pensamientos se convierten en tus Palabras
Tus Palabras se convierten en tus Acciones
Tus Acciones se convierten en tus Hábitos
Tus Hábitos se convierten en tus Valores
Tus Valores se convierten en tu Destino
Esto implica confiar en nuestras capacidades y comprender que las creencias se basan en nuestros pensamientos, y estos, a su vez, en nuestras creencias, formando un ciclo constante.
Al modificar este ciclo de manera intencional, generamos nuevas experiencias que nos permiten asentar creencias potenciadoras y, por ende, llevar una mejor vida. Sí, sí, has leído bien, ¡¡una mejor vida!!
Diversas investigaciones refuerzan la idea de que contar con un propósito vital reduce el riesgo de muerte entre un 17 % y un 33 % y disminuye la probabilidad de sufrir accidentes cardiovasculares. Tener propósitos y visualizar lo que queremos lograr es fundamental, pero el verdadero desafío radica en convertir esas ideas en acciones concretas. Para ello, es importante cuestionarse continuamente: ¿qué aprendo de mí mismo en este proceso?, ¿qué pequeña acción puedo emprender hoy que me acerque a mi meta?, ¿cómo puedo hacerlo de manera diferente?, ¿cuándo voy a actuar?, ¿quién se beneficiará de esta acción?
Si las respuestas a estas preguntas no son satisfactorias, es momento de cambiar el enfoque, pues si tu existencia resulta monótona e insatisfactoria, quizás sea el momento de encontrar y seguir tu propósito de vida con la ayuda de una persona profesional para replantear el análisis y las acciones, ya que la clave para el cambio reside en fortalecer las decisiones que nos llevan a cumplir nuestros objetivos. Hay diferentes maneras de desafiar nuestras creencias y modificar la forma en que actuamos.
Entre las más comunes están:
-Pensar en preguntas creativas que estimulen el pensamiento lateral: ¿qué haría alguien que nunca ha estado en la Tierra?, ¿qué no he considerado aún? El pensamiento divergente es necesario para el proceso creativo del cambio.
-Convertir obstáculos en posibilidades, como hacer una lista de los obstáculos e intentar ver cada uno como una oportunidad para descubrir nuevas formas de actuar: ¿qué quiero en lugar de este problema?
Una de las claves del cambio personal reside en lo descrito anteriormente pues, al final del día, cada uno de nosotros tiene el poder de decidir en qué creer y qué tipo de pensamientos albergar, asumiendo la responsabilidad de las consecuencias. Como decía Albert Einstein:
El mundo que hemos creado es un proceso de nuestros pensamientos. No se puede cambiar sin cambiar nuestra forma de pensar.
El verdadero cambio comienza en el momento en que decidimos cuestionar nuestras creencias, aceptar nuevas perspectivas y actuar con propósito para vivir mejor.
Dionis Montesinos, estudiante de Psicología y bombero helitransportado de la Generalitat.