La prestigiosa revista, en su especial de viajes, destaca esta localidad castellonense como el pueblo más bonito de España para visitar este mes de marzo.
Castellón es una provincia llena de encanto y belleza, donde se pueden encontrar algunos de los pueblos más bonitos de España. Desde la costa hasta las montañas, cada rincón de la provincia tiene su propia personalidad y atractivo. Uno de los pueblos más hermosos de Castellón es Morella, un lugar con una larga historia que se puede apreciar en cada rincón de su casco antiguo. La imponente iglesia gótica y las murallas medievales son algunas de las atracciones más impresionantes de este pueblo. Otro pueblo que no puede faltar en la lista es Vilafamés, un lugar con un ambiente acogedor y una arquitectura encantadora. Sus casas blancas y calles empedradas son una delicia para los sentidos, y su majestuoso castillo en la cima de la colina ofrece unas vistas espectaculares. Sant Mateu es otro de los pueblos más bonitos de la provincia, con su majestuosa iglesia de la Asunción y el impresionante Palacio de los Fuster. La plaza mayor del pueblo es también un lugar encantador para pasear y disfrutar del ambiente.
Entre todas estas joyas, la prestigiosa revista de Viajes National Geographic ha elegido un municipio de Castellón como visita obligatoria para todos sus lectores. Según la publicación, la belleza de este pueblo marinero lo convierte en el más bonito de España para visitar durante este mes de marzo; se trata de Peñíscola.
Al llegar a la Playa Norte de Peñíscola, una de las playas urbanas más hermosas de España, es imposible no sentir el efecto magnético del impresionante castillo de la localidad. Contemplarlo con asombro resulta irresistible, por lo que es fácil pasar por alto la calidad de la playa, galardonada con la Bandera Azul. La simple vista panorámica justifica el viaje a esta ciudad levantina, aunque no es la única razón para visitar este destino, elegido como el mejor pueblo de España para visitar durante este mes.
En cuestión de minutos, la vista cobra vida gracias a las olas del mar o a que el viajero no puede resistirse a comprobar que no se trata de un decorado de cartón piedra. Algo similar a lo que tuvieron que hacer los diferentes cazadores de localizaciones que, desde la película El Cid (1969), con Charlton Heston galopando inmóvil sobre la arena, apostaron por la belleza de este paisaje para ambientar dicha ficción. Hoy en día, Peñíscola puede presumir de haber sido escenario de Juego de Tronos e, incluso, una serie completa, ya que El Chiringuito de Pepe fue concebida para dar brillo a sus rincones en horario de máxima audiencia.
Es por eso que, cuando el viajero se acerca al núcleo medieval, comienzan a aparecer carteles, señales e información sobre en qué películas aparece el mismo lugar, así como algunas curiosidades de su rodaje. En cierto modo, Peñíscola ha sabido aprovechar y sacar provecho de estos minutos de fama, aunque en realidad es mucho más impresionante cuando se visita en persona. Al menos, prestar atención a estas anécdotas entretiene y justifica, además, alguna visita guiada para descubrir su patrimonio y sus rincones. Antes de aventurarse en este viaje en el tiempo, vale la pena echar un vistazo al animado puerto, que con su bullicio recuerda que esta ciudad no solo vive del turismo.
Se puede acceder a la bonita fortaleza medieval a través de cualquiera de sus dos impresionantes puertas. El primero es el Portal Fosc, uno de los rincones que mejor conserva el aire medieval de la ciudad. Hasta el siglo XVIII, fue la única entrada al recinto fortificado desde tierra, accesible por una empinada rampa que atravesaba un arco con el escudo de Felipe II y luego una posta de guardia. Este acceso permite comprender que el conjunto fortificado que se observa hoy en día se debe al esfuerzo de Jaume I y, sobre todo, de Felipe II, por proteger y defender este peñasco de las amenazas extranjeras y corsarias. Por lo tanto, esta primera línea de murallas es renacentista, tiene influencias italianas y se extiende cerrando todo el istmo.
Después de cruzar el Portal Fosc, el instinto lleva a la Plaza de Santa María, una pequeña explanada rodeada por los portentosos muros, la roca madre y un conjunto de casas encaladas que preludian el carácter de esta localidad. Si se gira hacia el otro lado, se encuentra el Parque de Artillería, un museo al aire libre con sistemas defensivos, murallas, casamatas e incluso un polvorín. Su punto más fotogénico es el pequeño Portal del Mar, un acceso directo al mar que evoca en el viajero historias clandestinas.
La otra entrada al casco histórico es el Portal de Santa María. Construido en 1754 para facilitar la entrada de carros y otros vehículos de tracción animal, este paseo conecta más con el mar, ya que permite admirar el puerto desde arriba. Pero, sobre todo, conduce a una serie de rincones que son puro Mediterráneo. El primero es el Bufador, donde el oleaje choca contra la roca creando un sonido acompasado que recuerda a una respiración profunda, mientras que el agua salpica a los más incautos. El segundo es el Museo del Mar, que cuenta con un pequeño mirador en su explanada de acceso desde donde se puede respirar el salitre. El tercero es la curiosa Casa de las Conchas, una excentricidad de un matrimonio -el de Timoteo y Justa- que, en los años 50, decidieron alicatar la fachada de su casa con conchas para atraer a los turistas y vencer la escasez de alimentos. Una vez engatusados, Justa les contaba historias y curiosidades sobre Peñíscola, convirtiéndose así en la primera guía oficial de esta localidad.
Este paseo no estaría completo sin visitar el coqueto faro de Peñíscola. Situado en una de las partes más altas de la ciudad -pero sin amenazar la prominencia del castillo-, destaca no solo por sus vistas, sino también por su belleza serena y neoclásica, y por una proporcionalidad un tanto extraña, ya que la linterna apenas se eleva sobre el edificio. O, al menos, no lo hace con tanta esbeltez y altura como otras construcciones similares.
El casco antiguo termina donde comienza la construcción más imponente de Peñíscola: el Castillo. Antes de entrar, es recomendable acercarse a la estatua de Benedicto XIII, el Papa Luna, quien hizo de Peñíscola su residencia y le otorgó un hito único en España. La fortificación fue construida por la Orden de los Templarios, y la primera parte de la visita se centra en su historia y simbolismo. En las cuadras y salas inferiores se puede profundizar en su papel en las Cruzadas y en su forma de entender la cristiandad. Después, se recorren las estancias donde vivió el Papa Luna y se defiende su derecho como Papa, incluyendo su biblioteca. La visita también incluye una capilla románica y un mirador en la muralla más alta con vistas a Peñíscola y el mar.
Para completar la visita a Peñíscola, es imprescindible disfrutar de sus sorprendentes playas. La icónica Playa Norte destaca por sus vistas, la Bandera Azul y un paseo marítimo cada vez mejor cuidado. La Playa Sur, al otro lado del istmo, es más pequeña pero también cuenta con la presencia del skyline medieval y la cercanía al puerto. Sin embargo, el gran secreto de Peñíscola se encuentra al sur, en el Parque Natural Sierra de Irta. Este salvaje reducto tiene senderos entre matorrales y pinares y una costa kárstica con numerosos arenales salvajes, como la Playa Basseta, Cala Argilaga, y las playas del Pebret y Russo, todas con arena fina.